Cuando apenas era una
adolescente, por allá por finales de la década del 80 del pasado siglo, me
convertí en una seguidora voraz de la obra de Gabriel García Márquez. Aunque su
novela cumbre indiscutible es "Cien
años de soledad", mi favorita fue y sigue siendo "El amor en los
tiempos del cólera". Recuerdo que al leer solamente el título, no podía
comprender bien qué significaba el
término cólera en aquel contexto, lejana estaba de saber que existía una
peligrosa y contagiosa enfermedad que por aquel entonces ya tenía sus récords
de haberse llevado tras sí muchas vidas humanas en diferentes regiones del
mundo. Adentrándome en la fascinante y compleja historia de amor entre los tres
personajes protagónicos: Florentino Ariza, Fermina Daza y Juvenal Urbino, pude
desentrañar que el cólera al que se refería García Márquez nada tenía que ver
con sentimientos tan antagónicos al amor como el enfado, la exasperación o el
furor; sino con el mal de los intestinos, la enfermedad que ataca al cuerpo
hasta deshidratarlo y exterminarlo en cuestión de pocas horas si el enfermo no
recibe el tratamiento y la hidratación adecuados. Confieso que desde el inicio
mi favorito fue Juvenal Urbino de la Calle y aposté a que él sería el vencedor
de aquel triángulo amoroso. Mi parcialidad se basaba en el hecho de que era
Juvenal el médico del pueblo y quien se encargó de eliminar el cólera de entre
sus habitantes, ahora imagino que además de medicamentos el doctor Urbino
realizara toda una campaña dirigida a lograr la higienización de las fuentes de
agua para el consumo humano y del imprescindible lavado de las manos y de los
alimentos y que mantuviera informada a la comunidad de los pormenores de la
epidemia. Lo más importante era que, aunque mi imaginación adolescente se
alborotaba de manera especial con la novela del colombiano García Márquez,
podía respirar en paz cuando aterrizaba en la realidad, no existía cólera en
Cuba, había sido erradicado desde hacía décadas, así que no tenía nada que
temer.
Pero esta historia continúa de manera
diferente, los años pasaron y quedó muy atrás la adolescencia, ahora soy toda
una mujer adulta que persiste en leer las genialidades literarias del Nobel
colombiano, aun cuando todavía no asimilo el hecho de que mi más admirado
escritor hispanoamericano sea amigo, casi rayando en lo fanático del mayor
dictador que haya conocido Latinoamérica, Fidel Castro. Por otra parte y de
alguna manera que no quieren informarnos ni las autoridades sanitarias del
país, ni su Gobierno, nos penetró el tan temido cólera. Si en el ficticio mundo
de Juvenal Urbino este logró desterrar para siempre de su ciudad Cartagena la
terrible y desagradable dolencia, en el contexto real cubano retrocedimos al adquirir
una enfermedad que ya se había erradicado desde hacía tiempo atrás. Es difícil
reconocer por parte del egocéntrico Estado cubano que las condiciones
higiénico-sanitarias en muchos sitios de la isla no son las más adecuadas,
incluso en las mismas instalaciones de salud y en mercados o establecimientos
gastronómicos, fundamentalmente estatales. Aunque "se supone" que las
zonas más afectadas por la mortífera enfermedad permanecen en cuarentena y bajo control, los medios dentro
de Cuba se niegan a dar partes informativos a la población para que esta
conozca, cómo se va desenvolviendo la enfermedad en las comunidades con mayor
número de enfermos. Como siempre ocurre el pueblo se sumerge en una especie de
susurro nacional, las noticias y los rumores van y vienen, también las
especulaciones y aunque alguien dice a voz en cuello ¡Que no cunda el pánico!,
es el silencio programado de los medios nacionales lo que más atemoriza a la
gente. Mi pregunta es y seguirá siendo la siguiente, al menos mientras este
malgobierno persista en sostener las riendas de la nación ¿Cuál es el límite a
tanta manipulación? Indiscutiblemente Cuba necesita más que nada libertad,
información, conocimiento y dominio de su propia realidad. Cuba necesita
destronar del poder a la mayor epidemia, al Cólera más funesto, al que nos
impusieron desde el primero de enero de 1959. Porque no es menos cierto que la
genuina libertad no puede reinar en los tiempos del Cólera.
*Profesora en el Seminario
Teológico Bautista Luis Manuel González Peña. Licenciada en Ciencias de la
Información por la Universidad de la Habana y Máster en Teología por el
Seminario Evangélico Los Pinos Nuevos y por la Facultad Latinoamericana de
Estudios Teológicos (FLET, hoy Laurel University).Apoya el trabajo profético de
su esposo el pastor Mario Félix Lleonart y ha publicado en diversos sitios
digitales tales como Conexión Cubana y Religión en Revolución.
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