Centro Habana, La Habana, 17 de febrero de 2011, (PD) En el municipio El Cotorro se encuentra el Hospital Siquiátrico, “Roberto Sorhegui”, conocido popularmente como Valdez Las Penas. Un infierno mucho más pequeño que Mazorra, pero que igual tiene historias de desidia, desnutrición y falta de profesionalidad por parte de sus trabajadores.
En dicho lugar trabajé en el año 2006, por lo que soy una testigo ocular de todo lo que aconteció (y acontece) en ese antro que es el Sorhegui. Cuentan amistades que aún laboran ahí, que nada ha cambiado y por el camino que va, nada cambiará. Todavía persisten los robos de comida y medicamentos y la desatención por parte de enfermeras y médicos hacia los pacientes.
Como mi función era pelar a los enfermos, podía moverme con facilidad en el Sorhegui, lo que me permitió ver como los pacientes andaban sin zapatos en el hospital todo el día. Resultaba irónico que cuando venían las visitas del Ministerio de Salud, los calzados, (todos del mismo número) y la ropa nueva, aparecían como por arte de magia.
Cuca, una paciente del hospital, anunciaba constantemente en su jerigonza que se moría de hambre. No resistía los zapatos que le ponían pues estos le quedaban demasiado apretados y los lanzaba por la ventana, lo que ocasionaba la risa malsana de enfermeras y médicos.
A Nuri, otra paciente, de pequeña su padre la violó varias veces, algo que agudizó su retraso mental. Debido a esto, Nuri golpeaba a su madre brutalmente, por lo que la internaron. Luego de cumplir prisión, su padre es el único que la visita y le lleva alimentos. Nuri cuenta como sucedió la violación, y gracias a la insensibilidad de las enfermeras, parece un buen chiste.
Victoria, otra enferma, llegó una tarde en que nadie la esperaba, pues en el Siquiátrico se estipula conocer las entradas de los pacientes de otros centros. En su expediente rezaba que había nacido con un severo y agudo retraso, era desatendida por su madre, su padre era extranjero y desconocía de su existencia. Victoria ingresó desaliñada, descompensada por la falta de medicamentos y con un hambre voraz.
La joven venía de Mazorra. Su abuelo no quería que siguiera allí pues la atención era pésima y los pacientes en vez de enfermos parecían zombis. Todas nos quedamos sorprendidas cuando leímos al final que Victoria era nieta de Armando Hart Dávalos, un hombre de la alta jerarquía cubana. El hijo de este era quien la visitaba esporádicamente y no se inmutaba por preguntar a los médicos sobre Victoria. Sin mostrar mucho afecto, se marchaba sin decir palabras. Al parecer, se ocupan bien de ella, pues en el acta de ingreso el apellido de su abuelo la respalda.
Victoria escapó de aquella desgracia que ocurrió en Mazorra en enero de 2010. También Cuca y Nuri. Como muchos más. Pero no están a buen recaudo en el pequeño infierno que es el Soreghi. Allí sufren abusos y son el hazme reír de enfermeras y médicos sin una pizca de profesionalidad, que solo se preocupan por “conseguir algo” que llevar a casa. En cuanto a las enfermeras, se pasan el día buscando la compañía del turno de guardia. Su director (mala memoria la mía que no recuerdo su nombre) no se llega a las salas porque confiesa que tiene miedo a los orates.
Al pequeño hospitalito en El Cotorro, para ser el espejo vivo de Mazorra, solo le faltan los decesos masivos que ocurrieron allí hace un año. Pero afortunadamente estos no ocurrirán, el gobierno sabe que otro escándalo sobre locos muertos sepultaría la propaganda sobre su sistema de salud. Pero si les puedo asegurar que el Sorhegui es un infierno. Cuca, Nuri y Victoria (a pesar de su parentesco) son almas vivientes que dan pena. El centro hace honor al nombre con que popularmente se conoce.
*Periodista independiente , colaboradora de Primavera digital ; es Técnico en cartografia y reside en Centro Habana, Ciudad de La Habana, Cuba.
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