LA
HABANA, Cuba, septiembre, 2013 – El sistema de salud cubano tiene una
estructura vertical, con base en los consultorios del médico de familia, al que
siguen policlínicos y hospitales.
En los
años 80, cuando fueron creados, se pensó resolverían todos los problemas de
salud de la población.
Muy
pronto, los pacientes perderían la fe en los consultorios. Y hoy, la faena del
médico de familia ha quedado reducida a tomar la presión arterial, dar recetas
de medicamentos, y remitir pacientes a policlínicos y hospitales.
Isabel es
una señora de 80 años, que nunca visita el médico de familia del barrio. Y no es que la anciana no necesite cuidados
médicos, sino que prefiere acudir directamente a los hospitales porque posee
amistades que la “conectan” con especialistas. Además –nos dice– muchas veces
el consultorio permanece cerrado y otras en lugar del médico está un estudiante
que solo sirve para recetar aspirinas.
Ofelia,
por su parte, no quiere que le recuerden al médico de familia. Resulta que su
médico no vive en la vivienda anexa al consultorio. Se la ha dejado a su hija,
su yerno y su nieto. Y aunque el médico acude a consultar por el día, está
ausente en las noches y madrugadas. ¿Qué sucede si se presenta alguna
emergencia médica?
El suegro
de Ofelia falleció repentinamente en la casa, a eso de las siete u ocho de la
noche. Y como no estaba el médico de familia para emitir el certificado de
defunción, tuvieron que permanecer con el cadáver en la casa hasta el día
siguiente, a media mañana.
Clara ha
vivido mucho. Antes de la revolución –cuenta–, su familia era socia de la
clínica privada “Acción Médica”, ubicada en Cocos y Rabí, en la barriada
habanera de Santos Suárez. Por una cuota de dos pesos mensuales tenían acceso a
todos los servicios de la clínica, con ingreso hospitalario incluido, además de
los medicamentos que le hicieran falta. Incluso podían solicitar la visita
médica a domicilio, la que no tardaba en llegar más de 15 ó 20 minutos después
de ser solicitada. Ahora, en cambio, Clara se lamenta de que su médico de
familia apenas “hace terreno”. O sea, no visita a enfermos en cama. “Bueno—
advierte Clara— a no ser que les hagan regalitos”.
Consultorio en ruinas |
Amelia
desea desesperadamente que la seleccionen para cumplir una misión médica en
cualquier otro país. No importa que el gobierno cubano se quede con la gran
parte de lo que les pagan a los médicos afuera. Pero cualquier cosa será más
que lo que ganan en Cuba, de 15 ó 20 dólares mensuales. La doctora Amelia
“resuelve” con lo que gana su esposo que, por las noches, cuidándose de la
policía, alquila su automóvil, es botero ilegal.
Los
pacientes no son los únicos inconformes con los consultorios del médico de
familia. Una doctora que trabaja en un consultorio del Cerro — pidió
anonimato–, se muestra agobiada: “Cuando uno llega al consultorio, a los 15
días conoce a todos los viejos del barrio, vienen aquí todos los días, por
gusto, a estirar las piernas, pues no tienen otro lugar a donde ir”.
¿Y qué
opinan los estudiantes de medicina? El
otro día, varias jovencitas ataviadas con el uniforme de ciencias médicas,
merendaban en el banco de un parque. Una de ellas destacaba la importancia de
obtener altas notas desde el primer día de clases, para conformar un expediente
que garantice una buena ubicación después de graduadas. “Sí, claro— argumentó
otra estudiante—, no vaya a ser que resbalemos, nos castiguen y nos manden para
un consultorio del médico de familia”.
Fuente: Cubanet.
*Orlando Freire. Matanzas, 1959. Licenciado en
Economía. Ha publicado el libro de ensayos La evidencia de nuestro tiempo,
Premio Vitral 2005, y la novela La sangre de la libertad, Premio Novelas de
Gaveta Franz Kafka, 2008. También ganó los premios de Ensayo y Cuento de la
revista El Disidente Universal, y el Premio de Ensayo de la revista Palabra
Nueva.
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