“…, que no hay que llegar…, sino saber llegar”.
Me sorprende el amanecer después de doce horas viajando en un autobús desde el norte de Texas hasta la frontera con México. Con las primeras luces del día observo las calles más próximas y el puente entre las ciudades de Brownsville en Texas y Matamoros en Tamaulipas, México. Es cerca de las 6:00 am y he viajado convencido de que el funcionario que me recibirá y me llevará hasta Ciudad Victoria estará esperándome en la Estación de Ómnibus que aquí se conoce como Central camionera.
Son los primeros días del mes de abril, una semana antes el funcionario de Instituto Nacional de Inmigración (INM) me había llamado a mi casa en Texas para decirme que podía ingresar al país y que él me estaría esperando en la frontera. Había seguridad en sus palabras, me mostré confiado considerando el interés que había por parte de la oficina del Gobernador del Estado, la Secretaria de Salud y ahora esta dependencia de la Secretaría de Gobernación. Nada indicaba que algo saldría mal. Si bien ingresaba al país sin documentos, si lo hacía de forma autorizada.
Apenas tres días antes el funcionario del INM, el mismo que aseguraba estaría en Matamoros, hizo una llamada telefónica que en realidad me preocupó mucho. Es que no estaba preparado para eso. Había considerado todo los posibles escenarios pero éste funcionario me insistió por teléfono en que considerara una suma de dinero para que le entregara como una especie de obsequio. No entendí algo que, en el país donde pensaba trabajar de manera desinteresada y establecerme allí, esto…, el pago de coimas es algo habitual. Así que le dije que no se preocupara.
Preocupado sí que estaba. No entendía como habiendo tomado el camino tal difícil de ir y establecerme en México para trabajar de manera dedicada, y sin aun haber puesto un pie en el país, ya me estaba pidiendo dinero. Por lo demás mi decisión de ir a trabajar a México venía siendo apoyada por las autoridades del Estado que tenían conocimiento de esto y habían gestionado mi viaje.
Tenía que superar este desventurado incidente…, y lo hice. Ahora me encontraba feliz cuando el Ómnibus arribó a la estación. Cansado pero feliz como no me había sentido en los años que precedieron a esta mi decisión que podía ser la última en mi azarosa vida.
Puente Browsville(TX)-Matamoros (MEX)
La ciudad en realidad se llama Heroica Matamoros. No es una ciudad agradable a primera vista como la mayoría de las ciudades de frontera. Días antes había leído que la frontera era un país sin nombre, las ciudades bien pueden serlo, pero tienen nombres y en ocasiones un signo que si no las distinguen al menos las diferencia unas de otras.
Al bajarme del Ómnibus con mi pesado equipaje allí estaba el funcionario, tal y como me lo había imaginado: amable y diligente; le recordé su original sobrenombre con el que me comuniqué con él mediante correo electrónico: “criminólogo”, sonrió para asegurarme que era eso, lo que no puse en duda.
Insistí en buscar una Casa de Cambio. Tenía en mi bolsillo unos 400 dólares con los que esperaba hacer frente a los gastos hasta que trabajara y pudiera ganar mi sustento. El funcionario insistió en buscar un lugar donde desayunar. Ambas cosa no eran posible tan temprano, lo que permitió una especie de tur por el centro de la ciudad lo cual hicimos en aquel auto pequeño y ruidoso.
Una casa, cuya sala se había convertido en Restaurante, me hizo recordar los paladares cubanos; allí desayúnanos y conocí lo que era un desayuno norteño. Después de ir a la Casa de Cambio un viaje de más de 3 horas hasta Ciudad Victoria nos esperaba.
Ciudad Victoria es la capital del Estado de Tamaulipas y destino de mi viaje. Está hacia en una posición Sur central del Estado por lo que había que viajar de Norte a Sur tomando la carretera 101 hasta encontrase en un punto próximo a la ciudad de San Fernando con la carretera 97 que viene también del Norte , desde Ciudad Reynosa. No deja de ser la carretera 101, si usted sigue hacia el Sur. Disfruté del viaje, de los campos verdes sembrados de maíz, del color intenso de los campos de sorgo y de los extensos pastizales. El funcionario insistía en hablar constantemente mientras que me deleitaba de un paisaje agradable y que me parecía conocido.
Cuando superábamos aquel cerro con un inmenso toro – un toro de Osborne- en la cima, se le ocurrió disparatar contra la Iglesia, los curas y sobre todo contra las beatas; esas que tanto abundaban allí en la Ciudad a donde nos dirigíamos, dijo. Se quejaban del fastidio que estas producen y me pregunta que yo creía. No conteste, era algo que antes de llegar a México ya sabía, mejor no topar con la Iglesia.
No podía imaginar en aquel momento que aquella carretera seria una travesía obligada una y otra vez en ambos sentidos, que me acompañaría en mis sueños e infortunios. Sería un viaje que se haría reiterado y crítico.
En un viaje relativamente rápido y no exento de sobresaltos, llegamos a Ciudad Victoria, capital del Estado a media mañana. Solo deseaba descansar; más de 15 horas de viaje por carretera produce una sensación de entumecimiento en todo el cuerpo y los sentidos se embotan. Tomé mi tiempo para darle al funcionario unos 60 dólares como obsequio, mas tarde pude conocer que no era eso lo que esperaba.
Cuando llegamos al frente del edificio de la Secretaría de Gobernación, los funcionarios esperaban en la entrada avisados por un teléfono satelital que el funcionario que me condujo hasta allí había utilizado una y otra vez durante el viaje. Llegaron el Subdelegado y otro funcionario quienes, después de una rápida presentación y sin bajarnos del auto se metieron en el, en tanto que el Subdelegado del INM ordenaba dirigirnos al edificio donde estaban las oficinas de la Secretaria de Salud del Estado de Tamaulipas.
El Edificio blanco y rojo ocre contrastaba en la zona centro de la ciudad, entre la Iglesia, el Teatro, el Mercado y una edificación singular que visite días más tardes y que funcionaba como Escuela de Artes. Los funcionarios estaban apresurados, me llevaban en andas como una suerte de trofeo de un lado a otro. Ya en el cuarto piso donde estaban las oficinas principales, me tomé mi tiempo para caminar despacio por el amplio salón hasta uno de los anchos ventanales que permitían una vista de la ciudad.
La ciudad se mostraba despejada, había una quietud tangible en aquella ciudad de mi destino después de algún tiempo de expectativas. Allí crecía como protegida por la señorial montaña que era parte del paisaje esta ciudad que era tan real como en los sueños. Tenía la certeza de que todo me resultaba sabido y de que aquella ciudad me aguardaba.
Mi arribo fue algo no esperado, pero encerraba una clara motivación de entrega, nobles propósitos, y sobre todo el vencimiento de un desafío. Pienso que en tal ocasión supe llegar. La desdicha y la proximidad de la muerte produjeron otro escenario tan imprevisto como real.
©2010
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