Como
para cambiar un poco, poder reírnos y pensar un poco en vísperas del Día de los
Padres, aquí les dejo este artículo humorístico que recibí por correo electrónico
. Aprovecho para desearles un feliz día de los Padres….,
PADRE,
PAPÁ,
PAPI...
Por
Daniel Samper Pizano.
Hasta
hace cosa de un siglo, los hijos acataban el cuarto mandamiento como si no
fuera dictamen de Dios sino reglamento de la Federación de Fútbol. Imperaban
normas estrictas de educación: nadie se sentaba a la mesa antes que el padre;
nadie hablaba sin permiso del padre; nadie se levantaba si el padre no se había
levantado; nadie repetía almuerzo, porque el padre solía dar buena cuenta de
las bandejas: para algo era el padre...
La
madre ha constituido siempre el eje sentimental de la casa, pero el padre era
la autoridad suprema. Cuando el padre miraba fijamente a la hija, esta
abandonaba al novio, volvía a vestir falda larga y se metía a monja. A una
orden suya, los hijos varones cortaban leña, alzaban bultos o se hacían matar en la guerra.
-
Padre: ¿quiere
usted que cargue las piedras en el carro y le dé de beber al buey? ¡Qué figura era el padre!
Todo
empezó a cambiar hace unas siete décadas, cuando el padre dejó de ser el padre
y se convirtió en el papá.
El
mero sustantivo era una derrota. Padre es palabra sólida, rocosa; papá es
apelativo para oso de felpa o perro faldero. Demasiada confiancita. Además
-segunda derrota- "papá" es una invitación al infame tuteo. Con el
uso de "papá" el hijo se sintió autorizado para protestar, cosa que
nunca había ocurrido cuando el padre era el padre:
-
¡Pero, papá, me parece el colmo que
no me prestes el auto...!
A
diferencia del padre, el papá era tolerante. Permitía al hijo que fumara en su
presencia, en vez de arrancarle de una bofetada el cigarrillo y media jeta, como
hacía el padre en circunstancias parecidas. Los hijos empezaron a llevar amigos
a casa y a organizar bailoteos y tomaderas, mientras papá y mamá se desvelaban
y comentaban:
-
Bueno, tranquiliza saber que están tomándose unos traguitos en casa y no en quién-sabe-dónde.
El
papá marcó un acercamiento generacional muy importante, algo que el padre desaconsejaba por completo.
Los
hijos empezaron a comer en la sala
mirando el televisor, mientras papá y
mamá lo hacían solos en la mesa. Y a
usar el teléfono sin permiso, y a sustraer billetes de la cartera de papá, y a usar sus mejores
camisas. La hija, a salir con
pretendientes sin chaperón y a exigirle al papá que no pusiera mala cara al insoportable novio y en vez de
"señor
González",
como habría hecho con el padre, lo llamara
"Tato"...
Papá
seguía siendo la autoridad de la casa, pero bastante maltrecha.
Nada
comparable a la figura de prócer del padre. Era, en fin, un tipo querido, de
lavar y planchar, a quien acudir en busca de consejo o plata prestada.
Y
entonces vino papi.
Papi
es invento reciente, de los últimos 20 o 30 años. Descendiente menguado y raquítico de padre y de papá, ya ni siquiera se le
consulta o se le solicita, sino que se le notifica.
-
Papi, me llevo el auto, dame para la gasolina...
A
papi lo sacan de todo. Le ordenan que se vaya a cine con mami cuando los niños tienen fiesta y que entren en
silencio por la puerta de atrás. Tiene prohibido
preguntar a la nena quién
es ese tipo despeinado que desayuna descalzo y en calzoncillos en la cocina.
A
papi le quitan todo: la tarjeta de crédito, la ropa, el turno para ducharse,
la afeitadora eléctrica, la computadora, las llaves... Lo
tutean, pero siempre en plan de regaño:
-
Tú sí eres fula, ¿eh
papi?
-
¡Papi, no
me vuelvas a llamar "niña" delante de Juanca...
Aquel
respeto que inspiraba padre, con papá se transformó en confiancita y se ha
vuelto franco abuso con papi:
-
Oye, papi, me estás acabando el whisky, marica...
No
sé qué seguirá de papi hacia abajo. Supongo que la esclavitud o el destierro.
Yo estoy aterrado porque, después de haber sido nieto de padre, hijo de papá y
papi de hijos, mis nietas han empezado a llamarme "bebé".
Recibido
por correo electrónico.
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