sábado, junio 01, 2013

Lo que sucede cuando visitamos al médico en los Estados Unidos.

EL DOCTOR EN U.S.A.
Lo primero que me molesta es que en la consulta del doctor siempre nos recibe una joven y bonita muchacha -neófita en la materia- que pregunta: "¿Qué le sucede?" y ahí, aunque tenga un simple catarro y para que la próxima vez no vuelva a preguntarme le exagero y le miento: "Tengo una inflamación en el frenillo del pene debido a que siendo un niño el veterinario no quiso hacerme la circuncisión , además he notado que tengo un testículo más grande que el otro ¿usted me revisa eso antes o espero que el médico le dé un vistazo"...
Para comenzar tengo que decirles que los médicos allá en Güines me mal acostumbraron y me mal criaron tanto que NUNCA PUEDO ACEPTAR CON BENEPLÁCITO A SUS HOMÓLOGOS EN ESTE PAÍS. Allá yo tenía un catarro, fiebre y tos y el médico venía a mi casa,  me chequeaba, me ponía una penicilina, me daba unas cuantas pastillas, cobraba dos pesos y me despedía con inmenso cariño y una sonrisa en su cara. Le decía a mi madre: “Ana, hágale una sopa de pollo al niño” y mi papá tenía la gentileza de cargarle su maletín hasta el carro.
Aquí  con fiebre de 102  tengo que levantarme e irme al doctor. Si es un fin de semana hay que esperar hasta al lunes, o ir a EMERGENCIA, y eso no se lo recomiendo ni al peor de mis enemigos.
Llego a la consulta del Doctor y aquello está lleno de enfermos. Inmediatamente me parece que yo estoy mejor que todos los presentes y que seguramente me “van a pegar lo que ellos tienen”.
Esta vez me recibe otra  muchacha  que luce un poco amargada y eso lo acepto mejor porque ¿Cómo no va a estar molesta, la pobre, rodeada el día entero por personas quejándose? Además, como yo me siento mal tampoco me gustaría ver a la recepcionista riéndose y contenta de la vida.
Como esta es otra empleada me pregunta “¿Qué le pasa?” En primer lugar me parece obvio lo que me pasa, estornudando y sonándome la nariz a cada instante, y en segundo ya les dije que me cae como una patada tener que explicarle a nadie que no sea el médico lo que me sucede. Por lo tanto, le digo de mala gana "Creo que tengo  una tuberculosis extremadamente contagiosa" y la muchacha sin inmutarse me dice: “Tome asiento”. Me cobra el deducible y esto es adicional a lo que paga mi seguro.
Antes de sentarme cojo una revista. Total ya por experiencia sé que no voy a leer nada. Me es imposible concentrarme en la revista con el desespero que me entra por acabar de ver al médico e irme a acostar tranquilo en mi casa. Además los magazines que tienen ahí son una basura y me perturba la idea de que “deben  tener 20 mil microbios de los pacientes que han tocado esas revistas antes que yo”...
Después de una hora una enfermera casi grita: “¡Esteban Fernández!” y  ya estoy seguro de que voy a ver inmediatamente al médico. Pero de eso nada, me meten solo en alma en un cuartito más chiquito.
Ahí descubro que además de catarro yo padezco de ansiedad, de claustrofobia, de paranoia, de terror a la soledad y de delirium tremens. En ese momento traigo a mi mente a Eddy Carreras, a Gerardito González, a René Cruz, a Armando Valladares, a Eusebio Peñalver, y a cuanto ex preso político yo recuerdo para poder decirme: Compadre, si estos patriotas estuvieron un montón de años encerrados en las cárceles castristas ¿por qué tú no puedes estar aquí media hora?
De pronto, entra el doctor, parece que está apurado, me toma la presión (que no tiene nada que ver con el muermo que yo tengo) me pone el termómetro en la boca, me dice: “Ahora tienes un poco de fiebre". Me receta un montón de antibióticos que yo sé me van a desbaratar el estómago.  Le pregunto: “Doctor ¿me puede poner una inyección mejor?”. Tajante me responde: “No señor, tome mucho líquido y vuelva el próximo lunes y  si sigue con malestares  te hacemos exámenes de sangre, radiografías y entonces te refiero a un especialista”...
Y me parece como que el galeno tiene más claustrofobia que yo porque solo estuvo tres minutos en el cuartito conmigo. Al salir de la farmacia me doy cuenta que, entre el médico y las medicinas, he gastado más que una vez que fui  a Las Vegas a ver a Elvis Presley.
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