Había terminado el curso correspondiente al tercer año de
la carrera de Medicina. Esto en el Hospital Universitario Calixto García, en la
Sala Clínicas Altos. Fue y sigue siendo un año del cual no se han apartado mis
recuerdos.
En el curso entre los años 1969-1970, la Revolución
llegaba a su décimo aniversario y este tiempo que ocupa mi memoria fue para
aquella sociedad, en permanente conmoción y asombro, el año del Esfuerzo Decisivo
(1969) y el Año de los Diez Millones (1970). La Zafra de
los 10 millones marcó aquel tiempo, pero no fue solo eso. La sociedad en su
conjunto, la dirigencia de la Revolución, todos, fueron convocados a un empeño
que consolidaría el proyecto revolucionario y nos sacaría de las nuevas miserias
y privaciones que ya nos había dado el ensayo aquel de socialismo real, con sus
ventajas según mostraba y sus carencias.
La Revolución aquella ajena y parte del tejido social de
una nación comprometida y gobernada por una dictadura que ya se consolidaba, requería de eventos que la
legitimaran y la presentaran como una sociedad exitosa y en nada fallida; es por
eso que se hizo un esfuerzo decisivo y la nación toda se propuso como meta
hacer una Zafra donde se produjeran 10 millones de toneladas de azúcar; fue la
Zafra de los Diez Millones.
Fue así que a principios de mayo del 1970 los estudiantes
de medicina en La Habana fuimos movilizados para esa última etapa decisiva de la
zafra hacia las provincias del oriente; tal vez ya muchos altos dirigentes sabían
que aquella excelsa y gloriosa meta acabaría en un rotundo fracaso. Nosotros también
éramos parte de aquel entusiasmo condicionado y aprehendido, queríamos nuestra
parte de gloria. Fue así que temprano en la mañana abordamos aquellos ómnibus vetustos,
que nos recordaba el plan de becas, para emprender un largo viaje que nos
llevaría a Palma Soriano en el extremo oriental de la isla.
Atrás quedaba una ciudad casi marchita; las constantes movilizaciones
a la agricultura y el llamado a la Zafra
fue la estocada más cruenta que hacia la revolución a la capital,
que años antes aun mostraba un especial encanto. También quedaban atrás las experiencias
personales de un año intenso de prácticas clínicas, la fe en medio de un
entramado antirreligioso , la novedosa experiencia del compromiso social del
cristiano en un evento inusual y creativo y por último la sorpresa y el enojo
de un círculo político en el aula de Clínica Bajos, que marco mi paso por la Universidad.
Jornada de encanto, alegría y bromas fue aquel viaje
donde en la mitad del camino di cuenta de un abultado folleto sobre enfermedades
comunes y manejos de estas; que sería sin dudas lo que iba a encontrar cuando
me desempeñara como médico designado y enfermero ocasional. Este sería nuestro
trabajo, en aquella histórica zafra, entre las decena de miles de cortadores de
caña que ya estaban, hacia muchos meses, en los cañaverales.
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Audrey Hepburn |
El Palma Soriano bajamos de los ómnibus cansados de un
viaje prolongado y agotador sin perder el ánimo y dispuestos a incorporados a
las labores que nos designaran en aquella zafra. Los funcionarios locales y nuestros dirigentes estudiantiles se movían
entre los estudiantes de Medicina y algunos ya se subían en algunos vehículos
para ser llevados a sus destinos.
No sé de donde salió aquel sujeto de andar rápido y
hablar igual de rápido que se me presentó como administrador del policlínico
del Central Dos Ríos y me dijo, preguntando,
si ya estaba listo para salir. Entonces
mi destino era el Central
Dos Ríos, un central azucarero en el
municipio de Palma Soriano a escasos kilómetros de esta ciudad hacia el oeste y teniendo de por medio el Rio Cauto.
En una cercana boca calle tenia estacionado un jeep descapotable
donde pusimos mi equipaje detrás y justo en el momento que tome asiento al lado
del conductor, apareció de la nada, con pasos agiles y resueltos una joven de
delicada belleza, con una delgadez distintiva; estaba vestida con ropas de miliciana,
pantalón verde sin los grandes bolsillos laterales, ligeramente ajustado a su cuerpo
grácil y hermoso y una camisa blusa de tono azul, calzaba una botas rusticas. De
un salto subió al asiento posterior en tanto que el administrador me decía como
con desgano…...”ella va con nosotros”.
El camino era corto en tanto que miraba de soslayo aquella belleza miliciana que por un momento me recordó
una foto de aquella actriz británica,
que entusiasmada con un viaje a Cuba, apareció vestida de miliciana en un
evento en la ciudad de Londres; Vanesa, si Vanessa Redgrave
es su nombre.
Pero más que nada yo no paraba de preguntarle al administrador
del policlínico de Dos Ríos como iba la zafra, cuál era el entusiasmo por esta
y sobre todo si sabía cuál sería nuestro trabajo en el policlínico; dando por
seguro que ambos ya estábamos ubicados allí. Con fastidio contestaba a mis preguntas,
pero lo que no quedaba claro era dónde
íbamos a trabajar; entonces me preguntaba por qué nos llevaban al policlínico
de esta localidad tan cercada. Le dije, “no
se ella si tiene tanta hambre como yo...,
que apenas comí en el camino y ya está cayendo la tarde”. El asintió y me
dijo que antes de llegar al Policlínico iríamos a un comedor obrero muy cerca.
Llegamos al lugar y en poco tiempo estábamos sentados delante de una mesa de
cemento propia de los comedores obreros dando cuenta de una escasa pero bien preparada
bandeja proletaria. En aquel momento
no tuve tiempo de reparar en aquella belleza que me sorprendió como una
agradable aparición en aquella calle de Palma Soriano y que suponía una estudiante
más de medicina, llegada como yo desde La Habana.
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Audrey Hepburn |
Llegamos al Policlínico, como era usual, una casa de las
confiscadas, espaciosa y de madera, haciendo esquina y bien adaptada para los
propósitos de una facilidad de salud. El sujeto abrió la puerta y pronto
estuvimos en un patio central donde de nuevo pude mirar, esta vez con
detenimiento aquella joven bonita como pocas que caminaba delante de mí con
soltura y elegancia. Sin duda tenía un
especial candor y delicadeza que superaba sus rustica vestimenta; mostraba una belleza de la que muy pocas pueden
presumir, de esas que con muy poco están simplemente espectacular.
El administrador nos dejó en la puerta de lo que sería la
habitación que ocuparíamos, al fondo había un baño pequeño que era el único que
en aquella hora de la tarde aparecía iluminado. Entramos y dejamos los equipajes,
el de ella más escaso que el mío, algo que me sorprendió. En tanto que con una voz dulce y apagada por
el cansancio, aquella encantada inocencia me dice lo cansada que estaba y que quería tomar un baño. Tenía una
atrapante mirada enmarcada por unas cejas bien oscuras, angulares e intensas y
un rostro de esos tan hermosos que suelen molestar; el pelo negro corto muy
corto y un cerquillo a mitad de frente que hacía más sencillo su precioso
rostro.
No , no podía ser…, sí que lo era; tenía delante de mí como
una aparición la figura icónica y única de Audrey Hepburn
en aquella habitación…, velado escenario de una tarde que ya llegaba en aquel distante
poblado de Dos Ríos.
La turbación me llevo a tomar, en amable gesto, un cubo
que allí estaba en tanto que le decía que iría por agua para que pudiera
bañarse y así lo hice. Ya en el patio interior donde había una toma de agua me
encuentro con el administrador que esta vez, en tono más en serio que en broma,
comenzó una sarta de comentarios lascivos sobre ella, Audrey, sin escapar
detalles lo que me molesto. Ella aguardaba en la habitación.
…, y de qué forma. Cuando entro a la habitación Audrey
estaba de pie al lado de la litera completamente desnuda, su mano izquierda
descansaba en el borde de la litera con
ligereza y su brazo derecho descendía asiendo sin proponérselo una prenda de
ropa. Extrañado mire aquella preciosidad dada en desnudez, sin que el instante
y la incómoda perspectiva que se me ofrecía encontrara alguna reacción a una
realidad que superaba el asombro. No se cuanta intencionalidad había en
mostrase así y si aquello desafiaba mi ingenuidad. Se dice que la desnudez
refiere por un lado a la pureza física, moral y espiritual. Se asocia al estado
original, primigenio y puro del ser humano; refleja un retorno a lo primordial.
Lo real es que ella estaba allí, desnuda, superando su inocencia si es que la
había; pero a fin de cuentas siempre hay la ternura y exquisitez en un cuerpo de mujer.
Hice un breve
gesto de aprobación sin palabras para salir de inmediato de aquella habitación.
Caminé sin sentido en el patio una y otra vez para regresar a la habitación
donde ella ahora estaba descansando en la cama y cubierta con una sábana que
mal resguardaba su desnudez. Fui al baño me desvestí y me lance de un tirón el agua,
para vestirme con rapidez y buscar, como lo hice, un lugar donde dormir en una
de las consultas que permanecía abierta.
Dormí sin que pensamiento alguno me asaltará en la noche,
llegando a una mañana algo tardía donde encontré al administrador en el patio,
nos vamos, me dijo en tanto que fui a recoger mi equipaje a la habitación donde
Audrey ya no estaba. Había en la habitación una sensación de extrañeza y ese raro estremecimiento
que se siente como algo que está presente, como detenido en el tiempo e
impalpable, en un lugar donde no están solo objetos inanimados. Nada se me
dijo, desapareció como había llegado, como una encantadora aparición.
Ya en el jeep, le pregunte al administrador-chofer, a
donde íbamos…. “Pa’ el Central Oriente”,
me dijo. Por aquel camino de agreste terraplén no se habló ni una palabra. Atrás
quedaba aquella tarde de mayo del año 1970 cuando encontré a Audrey Hepburn en
el Central Dos Ríos…., le vi desnuda.
2016©