Por: Pedro Manuel González Reinoso .*
El título parecerá en revesina, pero no lo es. El Hospital General
(1940) del municipio más poblado de la provincia (si tenemos en cuenta las
grandes zonas rurales que lo rodean) renombrado “26 de Diciembre” por el luego
exiliado Director y Ginecólogo Miguel Martín Farto, escritor emergente
infanto-juvenil —obnubilado quizá en raptus de guataquería partidista—, siguió
siendo el “Emma Cabrera” (1940) para
los nostálgicos por lo expoliado.
Durando esta clausura —previsible, dado el precario estado de las
cañerías—, quedó disponible al dolido conglomerado solo el cuerpo de guardia
(sin servicios de laboratorio para urgencias) y una tarda flotilla de
ambulancias que, llamando al #104, hasta partos asistió sobre ruedas. Es decir,
una asistencia primaria para remitir a provinciales, si fuera el caso
catapultable.
En ese lugar antaño prosperó la provocadora epifanía de ser sitio ideal
donde alumbrar a infantes. Amén de alcanzar, cuando las emulaciones
inter-colectivos constituían faro y guía para el resto del continente y del
CAME nucleador —como refleja la placa ganada a la entrada—: “Hospital amigo del
niño y de la madre” (del nacido, aclaro).
¿Recuerdan los carteles repitiendo aquel bodrio infinito: “Que lo sepan
los nacidos y los que están por nacer: Nacimos para vencer y no para ser
vencidos”?
Pues imbuidos en esa doctrina vacua que por mucho que hoy se esfuercen
en borrar continúa ilesa, recuerdo haberles escuchado decir —a doctores
especializados y enfermeras asistentes siempre prestos— que la introducción
tras el Primer Congreso del PCC en 1975 del “avanzado invento” —bajado por
directiva del Kremlin en su último programa/ditirambo para el “gran salto
adelante” en la salud popular (Premiado en análogos Talleres de Racionalización
por la Academia Soviet) y conocido como “fórceps” para aliviarle a la madre
“trabajadora” el momento supremo del parto, jadeante de ir a pie del brazo
robusto de su “fiel” compañero de luchas (incluso, la marital)—, se había
radicado en la isla a través del MINSAP, por su probada fuerza para enderezar
parietales imperfectos, quebrar clavículas malformadas —sin querer— y “coronar”
en la mollera a una generación entera que durante la década y parte de los 80s
resultó singularizada, como los muñequitos Simpson de cabeza cónica. Nueva
versión pleomorfa del hombrecito guevariano, pero con más capacidad sesuda.
Hospital General Docente " 26 de Diciembre" antes "Emma Cabrera", Remedios, VC,Cuba |
A estas salas pasteurizadas, desiertas tórridamente por la actual crisis
hídrica, nunca entró a parir una madre tarruda ni se hicieron abortos sin el
permiso de Jaime Ortega con el “visto malo” del Vaticano, ni hubo intervención
del funcionariado haciendo marañas para esconder surrupias infidelidades suyas
o resolvederas ajenas. No. Tampoco se fundió un trasplante errado ni se
maniobraron transfusiones de sangre por la izquierda en operaciones que
resultan premisa obligatoria para intervenir. Las salas de Neonatología y
Pediatría brillaron con índices de mortalidad reducida e imponderable. Todo un
éxito continuado para el centro-norte del país descorazonado.
Desde la misma década 70s de estos tanteos, Caibarién (antes de la
división-político-administrativa del 76), era cabecera regional en una
provincia que agrupaba al actual territorio de Sancti Spíritus más el de
Cienfuegos y que denominaban como “Las Villas”, e incluía a Remedios como
municipio donde posteriormente todos fuimos “remedianos” por decreto
naturalizador del registro civil, hasta que la gente protestó —naturalmente—
tal inscripción, porque el único salón en kilómetros a la redonda estaba
reconcentrado allí. Suficiente para que caibarienenses, vuelteños o camajuanenses
obtuvieran un rescoldo salvador con qué atender —además— traumatismos tipo
Ortopedia o Radiología.
En el antiguo Hospital de Monjas María del Carmen Zozayas (1912) colapsó
el quirófano a finales de los años 60 y fuimos a dar con nuestros maltrechos
huesos a ocho kilómetros de distancia, casi en las antípodas cuando el asunto
representaba suma gravedad.
El detalle de poner al recinto el decembrino nombre por la fecha
liberadora de la anterior tiranía —ocurrida en el 58—, no hace alusión en el sector
afín sino a escalpelos, suturas, gasas y esparadrapos contentivos del desangre,
porque cada año la radio y TV nacionales nos recuerdan —en voz del electo grupo
Mayohuacán— que “el 26 es el día más alegre de la historia”, como si los
familiares de los 55 asesinados del Moncada que aún sobreviven tuviesen motivos
para festejar. O los caídos en otros 26 también.
La situación empeora no sólo por las características climatológicas del
estío, insufrible bajo altas temperaturas, humedad exterior (porque dentro de
piletas, grifos y cisternas no queda gota) más el abrasamiento circundante del
cambio climático, sino con la dificultad en mantener flujo de ambulancias, las
cuales no conforman parque suficiente en la zona que moramos. Llamar al
numerito y experimentar la angustia, puede trascender en otra afección
sicosomática.
Nadie explica en los medios del Estado, el estado actual del manto
freático, ni si las fuentes subterráneas terminarán por recuperarse cuando
avance el verano, porque lo que se dice llover a cántaros aquí no ha ocurrido,
pero sí en Camajuaní y Vueltas donde ha habido inundaciones parciales.
Por tanto, si la naturaleza equilibrara tan majadero comportamiento en
respuesta a la burrada humana en temas medioambientales, tal vez la isla
sintiera menos los bamboleos sobre algunas áreas, y fuesen azas previsores sus
habitantes ante los crasos errores cometidos. Al menos en los subsanables en
infraestructura.
En cuanto a Caibarién, recientemente reinauguran por enésima vez la
equiparada salita para enfermos renales, porque no había con qué brindar
saludes equiparantes para un inminente 26.
*Actor, escritor y activista social. Reside en Caibarien,
Villa Clara, Cuba.