Aunque he
incluido dos partes de la carta
del chivato Manuel David Orrio al Ministro de Salud para ver si resuelve un
medicamento que necesita; el resto de la carta no la incluiré, ya he puesto suficientes
enlaces a ella. Concluyo con el artículo
del destacado opositor cubano, René Gómez Manzano que se refiere a esta carta
en estos términos:
LA HABANA, Cuba,
junio del 2012 -Acabo de leer la
carta abierta dirigida al ministro de Salud Pública por un antiguo
infiltrado en el periodismo independiente de Cuba: para la Seguridad del
Estado, “Miguel”; para el Registro Civil, Manuel
David Orrio, quien— ¡a estas alturas!— no tiene empacho en calificar de
“enorgullecedora” su actuación como “agente encubierto” de ese órgano
represivo.
En ese documento,
el informador —antes alternativo, ahora oficialista— hace un pormenorizado
inventario de las complejas, demoradas e infructuosas gestiones hechas por él
para obtener un medicamento búlgaro —el Bromhidrato de Galantamina— que —según
afirma— es el indicado para el síndrome post-poliomielítico (SPP) que padece.
Foto a la derecha el delator Manuel David Orrio.
El periodista —a
no dudarlo— viola la recomendación martiana que tanto gustaba repetir un gran
cubano que me honró con su amistad, Don Gustavo Arcos Bergnes: “A ministro,
carta corta”. El farragoso escrito tiene la friolera de seis páginas de letra
pequeña, y su lectura resulta cansona. No obstante, vale la pena examinarlo.
Comienza Orrio
por consignar su pedigrí de apoyo al régimen, y menciona de manera temprana la
palabra mágica (“revolucionario”). Después, aparecen manifestaciones
paroxísticas de su ego gigantesco, así como dilatados pasajes en los que narra
los pormenores de su historia clínica y describe los efectos que tienen el uso
y la abstinencia de la medicina faltante.
Es justo
consignar que, en medio de esa sobreabundancia de datos, no faltan
señalamientos tajantes, que sólo podemos conceptuar como una fuerte crítica a
algunos de los innumerables abusos y desvergüenzas que proliferan en el
castrismo. Aunque —claro— él los atribuye no al sistema, sino a los “burócratas y corruptos”. El valor de
esta especie de denuncia radica no en la solvencia moral del personaje —para mí
inexistente—, sino en el hecho de provenir ella de un incondicional del propio
régimen.
En su misiva,
Orrio comienza por calificar de “misteriosa”
la resolución en la que se amparó, pues —cosa frecuente en Cuba— esa
disposición legal no ha sido publicada. Acusa al Ministerio de Salud Pública de
tener “algo parecido a una contabilidad
doble” e insinúa que sus desventuras pudieran deberse a una represalia por
—según asegura— haber sido “de los
primeros periodistas cubanos en denunciar” el exterminio de enfermos en el
Hospital Psiquiátrico de Mazorra.
Menciona las “secuelas discapacitantes de las neuropatías
que azotaron al país durante los años más duros y hambrientos del llamado
Período Especial” y la conversión de la poliomielitis en “enfermedad huérfana”, a la que los
burócratas de la medicina cubana no prestan atención porque, gracias a las
actuales vacunas, no existen casos nuevos.
También denuncia
las escandalosas demoras en la tramitación de su pedido: diagnóstico y
aprobación hospitalaria del fármaco en septiembre, decisión negativa en enero,
notificación al interesado en marzo. Seis meses para tres sencillos trámites
oficinescos. ¿Y el “paciente
revolucionario”? ¡Que se joda! ¡Así paga el Diablo a quien bien le sirve!
Orrio recuerda
que “Cuba dispone en la actualidad de
cifras millonarias que obligatoriamente han de destinarse a la adquisición de
medicamentos o equipos médicos, a tenor del Decreto-Ley 213, el cual legisla
un impuesto de 0,245 dólares estadounidenses por minuto de comunicación
telefónica” con el país del Norte: una explotación inicua que encarece el
servicio hasta límites delirantes.
Al respecto,
comenta el gacetillero-delator: “Interesante
sería, para el pueblo cubano, saber cuánto se ha recaudado a tenor del citado
impuesto, vigente desde hace unos diez años” y “cuánto del mismo se ha invertido o gastado en aquello a lo que la ley
obliga”. Y concluye con una pregunta capciosa dirigida al Ministro: “¿Garantiza usted que no ha habido ilegales
desvíos de recursos procedentes de ese tributo?”
Era Orrio —sin
dudas— uno de los informadores más competentes entre quienes se declaraban
independientes y resultaron ser también informantes. Comparado con algún otro
que, al escribir o hablar, nos hace padecer vergüenzas ajenas, el minusválido
rayaba casi en la genialidad. Pero ya lo dijo nuestro Apóstol en frase
lapidaria: “Como la llaga, con hierro
ardiente, ha de ser quemado en su cueva el talento que no sirva a la virtud”.
De todas maneras,
queda de su carta abierta el pensamiento dedicado a esos “más de 400 mil cubanos”
—sus “compatriotas dolientes”—
que son discapacitados, muchos de los cuales sufren hoy los efectos tardíos de
la terrible poliomielitis y no tienen ni la esperanza de paliarlos.
A diferencia de
Orrio, esos infelices carecen de acceso inmediato a la solidaridad de nuestros
hermanos exiliados (cuya buena fe él sorprendió con sus engaños de otro
tiempo), o a la de los fanáticos o tontos útiles de hoy —como los búlgaros que
“le resolvieron” la medicina—,
quienes se consideran en el deber de apoyar a alguien por haberse prestado
hacer sus deposiciones para que encarcelaran a personas de quienes mendazmente
se había declarado compañero de ideales, y esto por el único “delito” de emitir pensamientos
discrepantes.
*(La Habana, 1943). Graduado en Derecho (Moscú y La Habana). Abogado de
bufetes colectivos y del Tribunal Supremo. Presidente de la Corriente
Agramontista. Coordinador de Concilio Cubano. Miembro del Grupo de los Cuatro.
Preso de conciencia (1997-2000 y 2005-2007). Dirigente de la Asamblea para
Promover la Sociedad Civil. Ha recibido premios de la SIP, Concilio Cubano, la
Fundación HispanoCubana y la Asociación de Abogados Norteamericanos (ABA), así
como el Premio Ludovic Trarieux.
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