martes, agosto 17, 2010

Una Doctora cubana fuera de serie.

Cuando usted lee una nota periodística como la siguiente, de seguro piensa que la doctora cubana ha perdido la razón; puede considerarse que es una de esas doctoras “mal preparadas” por el gobierno, o que poco le interesa el trabajo que realiza. Nada más lejos de la realidad, esta doctora “esta el onda”; todas y cada una de las recomendaciones tienen una lógica sin lugar a dudas. Considerando que tiene que ejercer sin las condiciones mínimas, sin tener ni recetas o medicamentos, hace lo correcto y sobre todo se desempeña con digna prestancia. Sería la envidia del Dr. House; si este estuviera en el policlínico de Jaimanitas… ¡ya veríamos!
Las recetas de la doctora
Por: Frank Correa.*
LA HABANA, Cuba, agosto del 2010 – El pasado lunes, en la policlínica de Jaimanitas, se concentraron los pacientes de los tres consultorios que no abrieron por causas desconocidas. Había una sola Doctora, que andaba como loca porque tampoco tenía recetarios y, para salir del paso, empezó a dar soluciones nada ortodoxas a los pacientes.
A una señora entrada en años que tenía el azúcar en el piso, le recomendó té de manzanilla, con una pizca de azúcar. A otro, hipertenso, le dijo que se fuera a la casa a darse un baño frío y que caminara descalzo por la casa.
Miguelito Melón anduvo desesperado durante una hora en la cola. La resaca de la borrachera del domingo le había sacado a flote sus enfermedades. Vomitó en uno de los cestos de basura de la consulta cuando entró. La doctora le riñó, lo mandó a tomar ron del bueno y no “chispa e’ tren” y le dijo que en la bodega estaban vendiendo yogurt de soya por la libre, que se tomara una bolsa completa de un tirón.
Los Camejo, padre e hijo, entraron juntos como casi todos los días y la atiborraron con sus hipocondrías. Los empleados de la policlínica ya los conocen, y la doctora les dijo que no podían tomar más pastillas para los nervios, que probaran el nuevo tratamiento: leer la Biblia o alguna oración espiritual y tomar mucho tilo. A los Camejo la idea les pareció buena y salieron complacidos.
Un hombre le explicó a la Doctora que su hija de un año llevaba tres días con catarro fuerte que le provocaba fiebres. Le pidió una receta de supositorios de Duralgina, pero la doctora se negó, y le dijo que tenía que llevarle a la niña. El hombre ripostó que el viernes, otra médica le dio la receta, pero en aquel momento no había supositorios en la farmacia.
-Ya llegaron, pero mire, me dijeron que la receta está vencida.
La doctora buscó en el bolsillo de su bata, sacó una receta y mientras la llenaba le confesó que lo hacía porque era para una niña con fiebre.
-Es la última que me queda. Me he pasado la mañana repartiendo recetas a viva voz.
*Periodista independiente cubano. Radica en la Ciudad de la Habana.

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