Ricardo Gonzalez Alfonso.
El arma blanca se torna roja. Un reo se amputó la mano. Otro, con la destreza de un cirujano y una cuchara filosa, se extrae un ojo.
He conocido a decenas de autoagresores en las cárceles cubanas. ¿Cuál será el grado de indefensión y desesperación que los motiva? Problemática completa, digna de ser investigada por sicólogos, siquiatras y sociólogos. Los presos lo explican con simplicidad marginal: "Es que estoy '(h) ostinado’".
Parece que este vocablo es el participo pasivo -cruento y activo- de una deformación del verbo hostigar (ni hostinar ni ostinar existen).
Esos reclusos son náufragos sociales que andan a la deriva por un laberinto infrahumano. Encrucijada capaz de amedrentar a los mismísimos ángeles, si no cuentan con un ideal cívico que dignifique el sufrimiento. Orfandad de altruismo que hace a los presos comunes más proclives a la autoagresión.
A diferencia de los suicidas, los autoagresores no buscan la muerte. Los hechos más benignos procuran llamar la atención para demandar un derecho. Los más graves los protagonizan los condenados a la pena capital, quienes se mutilan para conmover a los jueces. Algunos tienen otras motivaciones. Son tan aberrantes que sólo los explicaría una locura transitoria.
En la prisión camagüeyana Kilo 8 (conocida también como "Se me perdió la llave") traté con varios autoagresores. Me referiré a algunos.
Maceo es un mulato joven e inválido. Frente a su celda de castigo, la silla de ruedas. Una mañana pidió con insistencia que le limpiaran la celda. Él no podía por su impedimento físico. Ante la indiferencia de los carceleros el mulato tomó un cuchillo rústico y clandestino y se inflingió un tajo en el muslo. "¡Ahora me tendrán que baldear la sangre!", gritó triunfal. Maceo emplea también este recurso cuando necesita atención médica y no la recibe. Sus brazos y piernas muestran las cicatrices. Parece un tigre.
A Lourdes -un joven corpulento- los guardias le habían propinado una golpiza el día anterior. De pronto, desde su celda de aislamiento emitió un alarido: "¡Estoy (h) ostinado!" Se amputó el dedo meñique y lo lanzó al pasillo.
A Tony lo sancionaron a 30 años de prisión por facilitar el machete que utilizó el hermano para matar al padre de ambos. Enloqueció. Con una cuchara afilada se arrancó un ojo y alguien impidió que se sacara el otro. Durante horas grita a la desesperada: "¡Yo no maté a mi padre!" Después permanece días sin pronunciar una palabra, en un sin fin de silencios y gritos.
Héctor es un condenado a muerte que se inyectó petróleo en las piernas con una esperanza: que le conmutaran la sanción. Quedó inválido.
El caso de Ulloa es impresionante. También lo condenaron a la pena capital. Se cortó de cuajo la mano izquierda y pagó a otro recluso para que le extirpara la derecha. Por obra y gracia de su desgracia venció su "(h) ostinamiento". Con sus muñones no sólo hojea los libros, sino que escribe, dibuja... ¡Y cose!
En la cárcel de Agüica, en la provincia de Matanzas, un hombre treintañero, para ingresar en la enfermería -donde la comida es mejor y hay menos hacinamiento- se cortaba el talón de Aquiles. A veces el de la pierna izquierda; otras, el de la derecha. En el hospital de la ciudad de Colón lo operaban, y después regresaba a la enfermería de la prisión. En una ocasión se picó el tendón de marras en mi persona. Traté de impedirlo. Fue inútil. La última vez que lo vi tenía las dos piernas enyesadas. Lo llevaban cargado a la "polaca", la sección de celdas de castigo.
También en Agüica conocí a un joven que se hacía una incisión en el vientre y se sacaba por la herida parte del intestino. Lo hizo muchas veces, y otras tantas lo intervinieron quirúrgicamente. Las cicatrices en el abdomen se asemejan a un crucigrama. ¿Su reclamo? Un poco de afecto.
Un caso espeluznante es el de Chavela, un muchacho homosexual de Kilo 8, el que, drogado, se extirpó los testículos y el pene. Por poco muere desangrado, más no se arrepiente. Eso sí, a veces se sienta en un rincón para llorar su (h)ostinamiento. Otras, anda de mano con su último amante, añorando ser una mujer y no un hombre trunco.
Así sobreviven los autoagresores en las cárceles cubanas, con sus mutilaciones detrás de los barrotes, como si, de tanta sombra, el dolor fuera su luz.
Hospital Nacional de Reclusos. Prisión Combinado del Este. Ciudad de la Habana, Cuba, octubre 2005
* Periodista independiente y prisionero de conciencia, en la actualidad encarcelado injustamente con una condena de 20 años en prisión. (Foto de la izquierda)
2 comentarios:
En las cárceles españolas hay muchas más autoagresiones que en las cubanas.
las enfermerías están llenas de personas que se han autoagredido: brazos cortados,cuellos rajados, etc. suceden a diario. Cientos de personas han muerto bajo custodia policial.
Pero no olvidemos que el país con mayor número de presos/habitante es EEUU, sin contar los campos de exterminio que el Estado terrorista Noramericano tiene por todo el mundo.
Las condiciones de las cárceles cubanas son las mejores de América, desde Canadá hasta la Tierra de Fuego.
Lo se porque yo he estado preso en casi todas ellas (en las cubanas durante 8 años).
La opinion reflejada arriba es la de una persona que no ha sufrido el presidio cubano en su total y nefasta magnitud, pues en este se tortura y se han fusilado miles de personas, sin juicio apropiado, sumarisimo. Las celdas de castigo cubanas y las torturas aplicadas a los presos son infrahumanas, sin contar con los tratamientos de electroshocks. La comida, por otra parte, los presos la reciben en mal estado, al igual que el agua y la atencion medica es pesima. Cuba tiene el mayor numero de carceles en el mundo, con mas de 200 prisiones en una poblacion en la Isla de 11 millones de personas. Ademas de que dudo que en otros paises como Espana o estados Unidos existan presos por motivos politicos, o sae, por falta de libertad. Esos presos, ademas, no son reconocidos por el genocida estado cubano. Las declaraciones del senor de arriba estan motivadas por un profundo resentimiento contra Estados Unidos.
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