miércoles, marzo 20, 2024

Una obra evangelista en conexión con la obra médica misionera.

 

Por Dr. Eloy A González.

Con frecuencia encontramos en los temas relacionados con las misiones y la Gran Comisión, que no es dado, novedosas interpretaciones que crean, si no dudas,  al menos cierta confusión. Pero asentimos con la Palabra que nos afronta y es esta que se encuentra en Mateo 28: 16-20.

16 Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. 17 Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban. 18 Y Jesús se acercó, y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. 19 Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; 20 enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Veamos las interrelaciones que pueden coexistir en el mandado de “id” …, y las dedicaciones que pueden coexistir en llegar al hombre maltrecho. Es así como las prácticas de atención médica y el cuidado de la salud - en o relacionadas con las indicaciones que hace Jesús a sus discípulos-, pueden ser consustanciales a su mandato o ser parte del interés de los que confiesan una común Fe en nuestro Señor Jesucristo para ir y cuidar, y en esencia amar al prójimo. Tal y como se expresa o se enseña en La Parábola del Buen Samaritano.

El cuidado de la salud es un asunto magnánimo y complejo. Pero nuestra Fe nos provee de los instrumentos necesarios como para desafiar esto. La Palabra permite asumir los retos para el cuidado de la salud como prerrogativa del amor al prójimo en estos tiempos que nos desafían.

Dios habita en todos nosotros y cada hijo de Dios  lleva la luz del Altísimo [1.ª de Timoteo]. Es por eso por lo que, el servir a los demás, es servir a Dios. Y no hay mejor manera de servir a los demás que asegurar que disfruten con la mejor salud posible. Nosotros, como cristianos, afirmamos que la vida, dada por Dios, es sagrada. Su cuidado, el protegerla y asumir nuestra corresponsabilidad es también nuestra tarea.

Cuidar la salud de los demás es el amor cristiano en acción. En Tesalonicenses, recibimos este llamado: “confórtense (aliéntense) los unos a los otros, y edifíquense el uno al otro, tal como lo están haciendo” (1 Tesalonicenses 5:11). En tales dedicaciones conviene también  edificar a los demás en lo espiritual.

Dos caminos tienen estas dedicaciones: desentenderse o implicarse. Ante cada persona con problemas que se topa con nosotros siempre cabe elegir entre desentenderse o implicarse. Esta es la alternativa más radical a la que nos enfrentamos los seres humanos.

Existe una profunda convicción en el cristianismo: en el inicio está la relación. Cuando Dios crea al hombre, lo hace para relacionarse con el creador y con sus semejantes. No creó Dios el hombre para la soledad, sino para elegir por sí mismo relacionarse. Todos nacemos en una red humana de interdependencia, ayuda y afecto y sin ella, nos morimos o, en el mejor de los casos, no logramos alcanzar la condición humana completa.

Trabajando en la Zona Maya, San Ramón, Quintana Roo, México 

En el empeño puesto por los misioneros que asumen las prácticas en el cuidado de la salud y la edificación espiritual de aquellos que ya son objetos del amor de Dios, está todo el contexto de La Parábola del Buen Samaritano.

1º. Ver o mejor mirar al herido, en lugar de mirar para otro lado, como sin duda a todos “nos pide el cuerpo” ante el dolor, la pobreza, la angustia, la enfermedad…

2º. Pasar eso que hemos visto por el corazón, es decir, pasar del ver al conmover. Aquí nos ayuda la sabiduría popular: “ojos que no ven, corazón que no siente”.

3º. Pensar con la cabeza y actuar con las manos practicando los primeros auxilios que precisa una situación de urgencia.

4º. Llevar al herido a la posada, esto es, caminar para buscar la respuesta estructural, política y profesional, que va más allá de la asistencia personal o de emergencia.

Las palabras de Jesús recogidas en los Evangelios son y siguen siendo para los cristianos provocadoras; un reto para actuar y una promesa para encontrarnos con Él. Nuestro Señor Jesucristo  indicó que no es posible encontrarnos con Él sino en el hermano lastimado y en situaciones extremas. Sus palabras no admiten ninguna duda: “Cuánto hicisteis a uno de estos de mis hermanos pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 31-46).

En este punto voy  a dar un giro brusco a lo que hoy comparto con ustedes. Para citar algunas ideas de la destacada y controversial líder adventista que tanto aportó con sus estudios al tema del cuidado de la salud, me refiero a Ellen G. White en su libro “El Ministerio Médico”

Cristo está ante nosotros como el Hombre modelo, el gran Médico Misionero: un ejemplo para todos los que quieran seguirle. Su amor puro y santo bendecía a todos los que entraban en la esfera de su influencia. Su carácter fue absolutamente perfecto, libre de la más mínima sombra de pecado. Él vino como la expresión del perfecto amor de Dios, no para aplastar, no para juzgar y condenar, sino para sanar todo carácter débil y defectuoso, para salvar a los hombres y las mujeres del poder de Satanás.

Jesús hace a todos la invitación: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil y ligera mi carga”.

Cuando todos nuestros médicos misioneros vivan la vida renovada en Cristo Jesús, y tomen sus palabras con el significado de todo lo que Cristo quiso que significaran, habrá una comprensión mucho más clara y abarcante de lo que constituye la obra médica misionera genuina. Y, no obstante, esta línea de trabajo puede entenderse mejor cuando se le practica con sencillez.

Nuestros obreros médicos misioneros deben elevarse a alturas que puedan ser alcanzadas solo por una Fe viviente y activa. En este tiempo de nuestra historia, los hombres que están a la cabeza de la obra no deben permitir que prevalezca una confusión sentimental con relación a lo que en realidad se debe esperar de los misioneros médicos que son enviados por Dios. Debe haber una comprensión más definida y clara de lo que abarca la obra médica misionera. Los que desean honrar a Dios no mezclarán los planes de política mundana con los planes del Señor para tratar de lograr los resultados que Dios ordena que esta obra alcance...

Se necesitan instituciones de salud donde se realice una obra médica de éxito. El más alto objetivo de los obreros de estas instituciones debe ser la salud espiritual de los pacientes. Puede hacerse una obra evangelística exitosa en conexión con la obra médica misionera.

Por último, se ha tratado de mostrar el trabajo de las misiones médicas, con énfasis en la evangelización, como un mecanismo proselitista que desvirtúa la esencia del servicio al prójimo. Nada más lejos de la realidad. Hoy en día, la palabra [proselitismo]  se utiliza a menudo en sentido peyorativo para estigmatizar la actitud de quienes ponen en marcha toda una estrategia para convertir al mayor número posible de personas —de buena o mala gana— a sus creencias.

Hay un propósito distinto. La diferencia esencial proviene del hecho de que la evangelización no pretende en primer lugar persuadir a alguien de la excelencia de una doctrina. Lo que busca es hacerle encontrar al Cristo vivo, presente en medio de su Iglesia. Los que evangelizan intentan ayudar a descubrir algunos aspectos de la Buena Nueva que Jesús vino a revelar. Además, intentan mostrar por qué creen que Él es verdaderamente su Salvador y Señor.

En el orden personal he dedicado buena parte de mi vida a la práctica de la Medicina, lo he hecho, desde muy joven, siendo parte de la Iglesia que confiesa una Fe en Cristo. He visto y he escuchado de múltiples proyectos donde se asume la práctica del cuidado de la salud y la Fe.

Recientemente, visité y fui parte del empeño puesto por la Clínica Ágape Internacional en la Zona Maya. Mi esposa y yo esperamos seguir colaborando con este u otros proyectos que se deriven de mis reflexiones y nobles dedicaciones. Le pido, pues, al Señor, fortaleza y determinación para dar los pasos necesarios. Dios tomará el control de todo.

Conclusión:

La enfermedad siempre tiene un rostro, incluso más de uno. Esa cercanía al enfermo y su vulnerabilidad brinda apoyo y consuelo a quien sufre. Como cristianos también vivimos la “projimidad” como expresión del Amor del Señor, el siempre buen Samaritano [Luc. 10:30-35] que en su inmensa misericordia y bondad se acerca al hombre lastimado por la impiedad.

Unidos a Él por la acción del Espíritu Santo, estamos llamados a ser compasivos como el Padre y a amar, en particular, a los hermanos enfermos, débiles y que sufren. Acompañando al Señor en esta cercanía de servicio. Mancomunados con otros que comparten una común Fe, podemos ser parte del milagro del amor fraterno en Cristo que genera una comunidad de servicio capaz de sanar y que no abandona a nadie.

Con el lenguaje y los hechos inclusivos del amor hace los más frágiles y lastimados; apostando por los trabajados y cansados que encontramos en el camino. Donde  nunca faltan los desdichados, quebrantados y menesterosos.

Siempre tengamos lista, una palabra de consuelo, una mano tendida y una pronta decisión para servir.

Marzo 10, 2024

Trabajando en la Zona Maya, San Ramón, Quintana Roo, México

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