Por Herta Müller.**
Veinte años después de la ejecución de Ceauşescu, su servicio
secreto sigue activo, solo que con un nuevo nombre. Se manipulan los archivos
antiguos, se continúa con el encubrimiento y la calumnia. La escritora
rumano-alemana Herta Müller relata por primera vez sus experiencias con el
terror.23. Juli 2009Quelle: DIE ZEIT, 23.07.2009 Nr. 31
Cada viaje a Rumanía significa para mí un viaje a otro
tiempo en el que nunca podía saber -siendo mi propia vida- qué era casualidad y
qué escenificado. Por eso he reclamado examinar mi expediente en cada una de
mis apariciones públicas, algo que siempre me ha sido negado con diversos
argumentos. En lugar de ello siempre he encontrado indicios de que soy, o sea,
continúo siendo, observada.
La primavera pasada fui a Bucarest invitada por el New Europe College (NEC). El primer día me encontraba sentada en el vestíbulo del hotel con una periodista y un fotógrafo, cuando se apareció un musculoso vigilante preguntando por la autorización correspondiente e intentando arrebatarle la cámara al fotógrafo. “Aquí no se permite ningún tipo de fotografías, tampoco de personas”, bramó.
Herta Muller |
El amigo y yo nos dirigimos al restaurante,
proponiéndome una y otra vez cambiar de acera. No se me ocurrió pensar nada
malo. Recién al día siguiente le contó a Andrei Pleşu, el director del NEC, sobre el formulario de visitas
y que un hombre lo había seguido a él al dirigirse al hotel y a nosotros dos
caminos al restaurante. Andrei Pleşu se indignó y envió a su secretaria al
hotel con el fin de anular las reservaciones hechas. El administrador del hotel
arguyó, mintiendo, que se había tratado del primer día de trabajo de la
recepcionista y que esta había actuado incorrectamente. Sin embargo, la
secretaria conocía a la mujer en su puesto de la recepción desde el año de
la pera. Lo que obligó al administrador a confesar que el “patrón”,
o sea, el dueño del hotel era un antiguo miembro de la Securitate[1],
alguien que lamentablemente no podía cambiar. Luego sonrió, diciendo que la NEC
bien podía anular sus reservaciones, pero que en todos los demás hoteles de esa
categoría ocurría lo mismo. La diferencia estribaba en que nadie lo sabía.
Abandoné el hotel. Si permanecí vigilada no volví a
notarlo. O bien el servicio secreto se replegó o hizo su trabajo
profesionalmente, es decir sin que se notara.
Para saber que a las seis de la tarde alguien tenía
que empezar mi vigilancia, tenían que haber sido escuchadas mis conversaciones
telefónicas.
El servicio secreto de Ceauşescu, la Securitate, no se disolvió, simplemente pasó a llamarse SRI
(Servicio Rumano de Información). Este ha heredado, según sus propias
informaciones, 40% del personal de la Securitate. El verdadero porcentaje es
seguramente mayor. Los del 60% restante ya están jubilados (con una pensión
tres veces mayor que la de los demás) o son los nuevos actores de la economía
de mercado. Salvo ser diplomático un exespía puede ser hoy de todo en Rumanía.
La apertura de los expedientes del servicio secreto les
ha interesado a los intelectuales rumanos tan poco como todas las vidas
destruidas a su alrededor, tan poco como el nuevo posicionamiento de los
caciques del partido y los agentes secretos. Si alguien exigía como yo todos
los años la vista de los expedientes, podía enfadar incluso a los amigos. Por
esta razón permanecieron los expedientes, en vez de en poder de la oficina de
archivos creada a regañadientes y a exigencia de la Unión Europea en 1999, en el
viejo-nuevo servicio secreto. Este controlaba la vista de los expedientes. La
oficina tenía que enviarle una solicitud, que era a veces escuchada pero
mayormente ignorada, incluso argumentando que el expediente aún continuaba
siendo revisado.
En el 2004 visité Bucarest con el fin de insistir con
mi pedido. Me quedé asombrada al ver que a la entrada de la oficina se
encontraban tres jóvenes damas con medias brillantes color neón y diminutos
vestidos de amplio escote, como si se tratara de la entrada a un burdel. Y
entre las mujeres se encontraba un soldado con una ametralladora al hombro,
como si se tratara de la entrada a un cuartel. El jefe de la oficina se negó a
atenderme, a pesar de que había concertado una cita con él.
En la primavera de este año, un grupo de
investigadores encontró los expedientes de autores rumano-germanos del “Grupo
de Acción Bánato”. La Securitate mantenía una sección para cada una de las
minorías. La de los alemanes se llamaba “Alemanes nacionalistas y fascistas”,
la sección húngara tenía el nombre de “Irredentos húngaros”, la judía de
“Judíos nacionalistas”. Hasta los escritores rumanos tenían el honor de
ser observados por la sección “Arte y cultura”.
De pronto, mi expediente fue hallado bajo el nombre “Cristina”.
Tres tomos, 914 páginas. Supuestamente abierto el 8 de marzo de 1983, contenía
sin embargo documentos de años anteriores. El motivo para la apertura del
expediente era “deformaciones tendenciosas de la realidad, especialmente en
el mundillo pueblerino” en mi libro Hondonadas. Todo corroborado por
análisis del texto realizados por espías. Además, que pertenecía a un “círculo
de poetas germanoparlantes, conocido por sus trabajos hostiles”.
Continúa…,
[1] Securitatea
Statului, policía secreta del régimen comunista rumano. Equivalente al DSE-G2
en Cuba
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