LA
HABANA, Cuba, enero, 2013 -Mientras esperaba la consulta en una de las salas
del Cuerpo de Guardia del Hospital Calixto García, vi los afiches que adornaban
las paredes. Eran carteles informativos, que exponían los precios de algunos de
los servicios médicos que ofrece el sistema estatal de salud, y que sin
embargo, no se cobran directamente. El título se repetía en cada uno: “Tu
servicio de salud es gratuito… pero cuesta”.
En
el resto de las salas de espera colgaban otros afiches, con una muestra del
costo de los Servicios de Estomatología, los Hospitales Ginecobstétricos
(Segundo Nivel de Atención), y los Institutos (Tercer Nivel de Atención).
Lo
primero que absorbió mi interés fue el laconismo de la palabra “pesos”, que por
un rato me dejó en la incertidumbre de a cuál de los dos remitiría. Finalmente,
asumí por el contexto que debía ser la “moneda nacional” (o peso débil), pues
esa tarifa en “moneda convertible” sería demasiado escandalosa. Luego me fijé
en los números, con esa cantidad de centavos que parecían de capricho, pues ya
los antiguos “quilos” únicamente se ven en los bancos, y en las ofrendas
religiosas. Y cuando se paga la electricidad o el teléfono, uno siempre deja la
propina de un aproximado superior. Y los de la moneda convertible (o peso
fuerte) hace años que no se usan en las tiendas de divisa, cuyos precios
oscilan de cinco en cinco, por lo que –en la práctica– su escala centesimal se
reduce a 20 unidades.
¿De
dónde sacaron esos números, con 11, 39, y 76 centavos colgando? Además, las
comparaciones entre los servicios son muy extrañas. ¿Así que una consulta de
rehabilitación vale 5 centavos más que una consulta normal, y una “consulta de
genética especializada” es más barata que las otras dos? ¿De dónde salieron
esas cuentas, y qué significan?
Me
es imposible conocer el origen de esos cálculos, pero sí puedo aventurarme en
aclarar su pertinencia. Raúl Castro, como parte de sus reformas económicas, se
ha empeñado en una batalla por reducir o eliminar “las gratuidades”, lo cual
implica recortar el gasto público y los subsidios (por ejemplo, al “liberar”
los productos que antes se vendían por la libreta de racionamiento, o disminuir
los comedores obreros), mientras aumentan los impuestos. Resultado: el
encarecimiento de la vida, pues no se potencian las fuerzas productivas
endógenas que pudieran desarrollar la economía nacional –que no es lo mismo que
la economía estatal.
¿Serán
estos afiches un anuncio de la política futura?; ¿serán un guiño hacia la
futura privatización de la salud, al estilo chino o estadounidense? ¿O serán
una amenaza para promover el conformismo, un “mira lo que te estoy regalando,
así que no te quejes”?
Pero,
como sabe cualquier ciudadano informado del mundo democrático, no existen las
gratuidades, sino las compensaciones. Alguien paga siempre por las cosas. No
existen hadas madrinas en la economía. No obstante, el pueblo cubano paga dos
veces por su salud. Primero, la paga con sus impuestos y con la plusvalía de su
trabajo. De hecho, sólo con la diferencia entre el pago que le abona un Estado
extranjero al gobierno cubano por los servicios de “colaboración médica”, y el
salario real que se les paga a esos “colaboradores”, se cubren los gastos de la
salud pública cubana. La misma receta vale para los estudiantes extranjeros de
Medicina. Ese día, por ejemplo, me atendieron dos estudiantes de Guyana, que se
alegraron mucho porque no las confundí con africanas, a diferencia de la
mayoría de los pacientes.
El
Estado produce burocracia, corrupción y represión, no riquezas. El Estado no
financia al pueblo, sino a la inversa. Es el pueblo el que mantiene las arcas
del Estado. Pero ese “mérito” le es escamoteado. Entonces, paga por segunda vez
–aunque de forma indirecta, y simbólica, o más bien, usando el símbolo mítico
de la “gratuidad”–, cuando le regala su voluntad política al gobierno, y
renuncia al ejercicio de sus otros derechos. Y así, como el pueblo cubano tiene
una “deuda impagable” (que incluye un matiz afectivo) con el Estado, al cual le
debe lo más importante de la vida –o sea, la salud y la educación– debe
pagarle, supuestamente, con las actividades (económicas y políticas) del resto
de su vida, y por el resto de su vida, “ese favor”. Parafraseando el refrán
popular: Cuentas oscuras, conservan la hegemonía.
Ahora
voy a poner un ejemplo:
Mi
padre trabajó durante más de cincuenta años para este gobierno. Trabajaba
incluso desde antes del triunfo de la Revolución. Fue dirigente comunista. Hoy
recibe aproximadamente 600 pesos cubanos de pensión estatal, y mensualmente
debe pagar casi 100 pesos en la compra de las medicinas del “tarjetón”, que es
una tarjeta, hecha de cartón, con la cual se controla la venta de medicamentos
a quienes deben recibir dosis periódicas, o de por vida.
Si
todo el presupuesto fuera visible, y cuestionable, ya estaríamos en democracia.
¿Por qué no se cuestionan los gastos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
(FAR) y del Ministerio del Interior (MININT), que han inundado de autos nuevos
chinos las calles de La Habana? ¡Ah!…
No. Focalizan el gasto social.
Como
dice un amigo, ahora todo vale, todo cuesta: la salud, la educación, el
transporte, los servicios. Sí, vale todo…, menos mi trabajo.
*David Canela Piña. Nació el 27 de abril de 1981 en
Ciudad de La Habana. Estudió en la escuela primaria Fabricio Ojeda y en la
secundaria Otto Barroso, ambas en el municipio Habana del Este. Obtuvo la beca
para el Instituto Preuniversitario de Ciencias Exactas V. I. Lenin, donde se
graduó en 1999. En 2006 se gradúa de la carrera de Letras en la Universidad de
La Habana, con una tesis sobre la cosmovisión poética del escritor cubano Raúl
Hernández Novás. Ha trabajado como editor, profesor de gramática, especialista
literario, y ahora como periodista de medios digitales. Durante siete años vivó
en Diez de Octubre, ahora vive en el Municipio Playa.
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