Gilberto Francisco Ramos Juárez, de tan solo 11
años, salió de San José Las Flores, Chiantla, Huehuetenango, con la ilusión de
llegar a Chicago, pero fue hallado muerto hace dos semanas, vestido con
pantalones de Angry Birds, botas de
cuero negro y un rosario blanco alrededor del cuello. Esta es parte de la información pero no toda la información casi qué
diría que es la que queremos oír; la que permite que podamos asumir el problema
de más de 50 mil niños, la mayoría proveniente de Centroamérica que han arribado a la frontera sur de los
Estados Unidos en lo que se ha dado en
llamar de manera eufemística: la crisis
humanitaria en la frontera. A los principales protagonistas ya les decimos, los niños de la frontera.
Gilberto Francisco, de no haber muerto, seria ahora
un niño más de los que han arribado a los Estados Unidos en una marea humana
que algunos estiman llegará a más de 100 mil en el presente año; estaría ahora
en alguno de los muchos albergues que se han creado o andando de la mano de
algún adulto camino a su lugar de destino. Solo que no ha sido así, este niño
ha sido la víctima propiciatoria de esta arribazón de niños a los EEUU. Se
necesitaba argüir que esto es peligroso pero no es así; parece que solo concierne
al país al que se arriba, los Estados Unidos, que ha permitido que se llegara a
esa situación.
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Autoridades de
Texas, EE. UU.,
muestran piezas de la ropa que llevaba
el menor guatemalteco
Gilberto Francisco Ramos Juárez, hallado muerto.
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Es así que
decenas de miles de niños centroamericanos llegan a los EEUU porque este país no hizo una Reforma Migratoria,
las leyes para permitir la estadía de personas ilegales en este país y
eventualmente hacerlos ciudadanos no se
promulgan porque los republicanos no quieren y se oponen. Los niños en sus
países son víctimas del hambre, la falta
de oportunidades y la inseguridad; esta última por las actividades de las pandillas o maras que tratan de reclutar a los
adolescentes y ven en los niños sus futuros miembros. Como los padres en
los países centroamericanos o ya instalados en los Estados Unidos han visto
señales que apuntan a que se tomaran medias para legalizar a jóvenes graduados
que, aunque ilegales, han pasado toda su vida en los EEUU y se evitaran las deportaciones por razones
humanitarias en tanto que el Presidente afirma que va a gobernar por decreto pues no hay tiempo que perder…, por
todo esto; es mejor estar aquí a estar allá. La solución es simple: vayamos a
los Estados Unidos con nuestros hijos o tratemos de que lleguen a ese país para que se reúnan con los familiares que ya
están establecidos aun cuando no están de manera legal.
Las argumentaciones son tan simples y las historias
de separación familiar son realmente tristes, por lo tanto la situación está
creada como para que se asuma la irresponsable decisión de viajar o hacer
viajar a un niño o niña, hacerlo cruzar fronteras, viajar en condiciones muy riesgosas
y pasar por áreas donde la delincuencia y el mal campean.
Del niño
guatemalteco Gilberto Francisco se contaron muchas historias, todas similares; no
faltó la manipulación mediática y el cotorreo
que busca usar una muerte para insistir sobre la necesidad de que el país
modifique sus leyes migratorias. Los medios hispanos ya no saben que hacer ni
que decir, pero la realidad de decena de miles de niños en peligro que viajan
solos o acompañados en un acto de irresponsabilidad de los padres, es algo que
parece no interesarles. A toda esta alharaca se suman las organizaciones pro inmigrantes y
caritativas que lejos de hacer su trabajo se entrometen en la política federal
o local y tratan de socavar las mejores intenciones y el desempeño de aquellos
que buscan soluciones con apego al derecho. Leguleyos, chupatintas y babosos
hablan de manera tan inopinada que más que generar soluciones causan confusión y enojo. Hay tantas organizaciones
pro inmigrantes que una mirada sagaz a estas nos haría preguntar de donde
vienen los recursos para tantas gentes; otro
tanto ocurre con las organizaciones caritativas, algunos se creen que tienen el
patrimonio del amor al prójimo.
Volviendo al niño Gilberto Francisco, este salió de
una comarca rural de Guatemala, dicen que porque la madre estaba inválida y buscaba dinero para ayudarla; las
imágenes eran de una mujer que no parecía inválida en una casa bastante
adecuada. El padre afirmaba a la prensa que
donde quiera se muere, mientras que el hermano, que seguro fue el que lo embulló,
desde Chicago y cariacontecido afirmaba a la prensa que no debió de viajar para morir de este lado. Este era el tercer
intento del niño para pasar; el coyote cobró 6 mil dólares. Esta suma y la que debió
dar en los dos intentos anteriores sería suficiente para atender a su madre
necesitada. ¿Quién es el responsable de
esta muerte?, los odiadores contumaces de este país señalarán a la política
migratoria de los EEUU que no abre las puertas a tantos y tantos inmigrantes
necesitados, dirán que no existe los mecanismos idóneos para que tan pronto lleguen
al Rio Bravo sean recibidos con todos los medios para ser atendidos, hechos los
trámites de ingreso al país y relocalizados como refugiados. Las críticas malintencionadas
a las condiciones iniciales en que son atendidos estos niños y sus
acompañantes, demuestran un desprecio
gratuito por un país que acoge y sustenta.
Hoy sabemos de la muerte de Gilberto Francisco, de
los otros que quedaron en el camino nada sabemos; tal vez nunca lleguemos a
saber. Cuando pase el tiempo es posible que escuchemos historias de adolescentes y niños
que terminaron en algún burdel a su paso por México donde buena parte de sus
vidas les fueron robadas. Tal vez oigamos algunas historias de adolescentes y
niños que fueron usados como esclavos laborales, sexuales y en el sucio y
creciente negocio de la pornografía infantil. Muchos engrosaran las filas de
los miles de indigentes que deambulan por México y que se niegan a regresar a
sus países a la espera de un mejor momento para intentarlo una vez más. Para
algunos estarán reservados los servicios dentro de las insaciables huestes de
los carteles del narcotráfico, que siempre tienen trabajos disponibles para los
que trafican o matan.
Hay un ejercicio colectivo de hipocresía en esto de
los niños de la frontera. Las responsabilidades no se comparten. Los padres son
los principales responsables de poner en peligro a sus hijos. Los gobiernos
centroamericanos ven el asunto con un desdén que corrompe la conciencia. México
sirve de tránsito y nada hace, no ya por evitar esta migración desordenada,
sino para cuidar en lo posible a estos niños. Los delincuentes se frotan las
manos, coyotes o polleros están haciendo
su agosto, por eso son los principales promotores de informaciones
tendenciosas y mentirosas. Los Estados Unidos muestran una actitud compasiva,
realista pero confusa; al no crear los mecanismos adecuados para atender a una
población de menores que ha superado los recursos en poco tiempo; la situación
los ha excedido y ha surgido una ineptitud
casi contagiosa en un país ordenado y
rico. El momento no es de pararse con una pancarta delante de un Ómnibus que
traslada a estos niños, mucho menos de andar formando milicias; el momento es
de compasión y participación solidaria si es preciso, sin altisonancias o
protagonismos.
Un niño salvadoreño le dice a un religioso mexicano
en un puesto de ayuda en Chiapas, “voy a
regalarme a los Estados Unidos”. Un joven hondureño que viaja sobre La Bestia junto a sus dos hermanos le dice a un reportero que lleva a sus dos hermanos menores a entregarlos en la frontera a la
migra…, lo que pase conmigo no me importe, añade. Una joven madre
guatemalteca con una niña de unos 3 años le dice al reportero que va para los
Estados Unidos “porque allí reciben a los
niños y a sus mamas”.
¿Cuantas historias faltan por contar? ¿Cómo terminará
todo esto?
08.07.2014©