Un testimonio
sobre las amargas experiencias por las que pasó un médico cubano en la primera
década de la Revolución. Su autor, el doctor Jesús Bravo Espinosa nos presenta
el fatídico devenir de un médico cubano que, estudia en la Escuela de Medicina
y se ve sorprendido por una revolución que traía en su entramado tenebroso la
violación del derecho. Las difíciles circunstancias de los médicos que fueron
enviados a cumplir el Servicio Médico Rural y las azarosas condiciones de
aquellos que pedían la salida del país; esto último una situación que los
llevaba a experiencias limites en el trato cruel inhumano y degradante a que
eran sometidos.
MI TRANSITO
TERRENO. Primera Parte
Por: Dr. Jesús Bravo Espinosa*
Nací hace mucho tiempo en el Barrio “José
Miguel Gómez”, municipio de Ciego de Ávila. Mi padre Román Bravo, era bodeguero
de una sucursal de “La Comercial” del Central Stewart. Hogar humilde, rico en
buenas costumbres y elevados principios; una hermana menor Bárbara, mi madre
enclaustrada y sufrida por la enfermedad de mi hermano mayor Antonio;
diagnosticado a los dos años de epilepsia, cuyos estatus epilépticos se
sucedían con mucha frecuencia debido a la limitación terapéutica de los
tiempos.
Al terminar el 6to. Grado por consejos del
maestro público, Pastor Águila, paso a la Escuela Primaria Superior de Ciego de
Ávila. Allí hice el 7ᴼ y 8ᴼ grados y con el
promedio de 99.91 en los exámenes para así obtener una beca para estudiar en
Ceiba del Agua. Bastaron solamente 4 días para estar de regreso al terruño,
porque mi sueño era estudiar Medicina y no estudios en una Politécnica.
Matriculé en el Instituto de Segunda Enseñanza de Ciego de Ávila para cursar el
bachillerato. Una vez finalizado me traslado a La Habana y me matriculo en la
Escuela de Medicina. Me habían dado una beca del Municipio de 45 pesos
mensuales, justo lo que cobraba la casa de huéspedes, por alojamiento y comida;
de mi padre recibía lo necesario para cubrir el resto de mis gastos.
En el tercer año de la carrera, la
asignación mensual de la beca se esfumó y me di a la tarea de buscar una
clínica donde trabajar. Ledón y Uribe (situada en Masón y San Rafael) fue esa
clínica. Allí me daban alojamiento y comida amén de otros ingresos. Esta
clínica se dedicaba al tratamiento de los “accidentes de trabajo”. En 5ᴼ año recibo una
beca de la Escuela de Medicina con residencia en el Hospital “Calixto García”
por mi expediente universitario; el beneficio venía acompañado de 85 pesos
mensuales, alojamiento y comida, estos últimos jamás los utilicé ya que no eran
comparable a los de la Clínica.
Por esos días y por embullo me presenté en
el programa “Buscando Estrellas” de José Antonio Alonso y gané con la
canción “Lágrimas Negras” dos semanas después en el canal 12 de TV hago
una presentación en el programa de Fernando Albuerne y con la canción “Prohibido”
gano el primer premio que repito también en la eliminación final. Esto hace que
el Diario de la Marina ponga mi foto en “La Farándula” y me da Beca para
estudiar solfeo y canto con el profesor Mariano Meléndez –tenor de la década de
los veintes- y la pianista-arreglista Ángela Touza me preparó 12 números para
emprender una gira junto a otros cantantes por Suramérica. Desistí del viaje en
aras de la medicina, que fue siempre…… mi prioridad.
Termino la carrera y por expediente tengo
plaza de médico en el Hospital Universitario “Calixto García” mi deseo era
seguir la carrera docente en el mismo Hospital, pero la dictadura tenía otros
planes conmigo y me enviaron a la Medicina Rural por un año. Allá voy y heme
ahora ahí en una esquina interior de un motor de línea que me lleva a mi destino
rural…….Cristales (al norte de Majagua). La parte envolvente de mi figura
llevaba de envoltura un trajecito negro, un tanto corto, de italiano corte con
saco de redondeados bordes. A mi lado mi fiel compañero, flamante y reluciente
maletín de médico que agarraba con las dos manos y que aún…..me parecían pocas.
Este maletín me lo regalaron los amigos de mi pueblo después de mi graduación
en homenaje “muy merecido que lo tengo” parafraseando a Miguel de
Unamuno “La Generación del 98” que así le dijo al Rey Alfonso XIII en la
entrega de sendos diplomas. Todos los que le antecedieron dijeron que el “honor
era inmerecido”- Unamuno replicó: “Su
Majestad cada cual, con su verdad, ellos con su verdad y yo con la mía.”
A los viajeros de aquel motor les parecía
increíble que aquella figura extra planetaria, peripatética, pudiera
suplantarles a sus excelsos curanderos (3 estrellas Michelin-3 estrellas
Palace). Pues bien, aquel decimonónico motor de línea emitía estrambóticos
ruidos; yo pensaba que eran las paralelas sobre las que se deslizaba, en lugar
de líneas paralelas que por más que se prolonguen jamás se encuentran, estas se
encontraban y desencontraban y aquel motor a no dudarlo, se iba a desarmar.
Pues bien, al
llegar al fin a Cristales me alojaría en la casa de la dueña de los motores de
línea, Adela, señora muy religiosa de aspecto virginal y maternal de exquisito
trato que cohabitaba con las dos maestras rurales designadas a aquella región y
justamente en frente del pequeño bohío donde tenía la oficina el “doctor”.
Son las 10 de la noche, tocan a mi puerta, se desdibuja en el umbral de esta la
figura de un guajiro y su yegua, me vienen a buscar, pasando quizás por delante
del curandero de guardia……. su madre casi muere de incontrolables diarreas por
24 horas. Tomo dos sueros y debo subirme a la yegua flaca y demacrada detrás
del señor, a horcajadas, sobre los huesos de las caderas del “Rocinante”.
El sendero era abrupto y accidentado y por
lo mismo la pobre yegua no se pudo lucir ante el extraño, con el paso fino
sevillano que tanto había ensayado para la ocasión. En su andar una cadera
subía la otra abajo -puro cachumbambé- al médico no le alcanzaban las manos
para desesperadamente asirse a la anatomía del guajiro por donde acertara, casi
todo el tiempo en el aire sin poder posar sus glúteos en la piel del jumento,
loco por precipitarse al abismo que esperaba con los brazos abiertos. 45
minutos después estoy en el cuarto de la paciente, era una viejita bien entrada
en años, por no mejor decir, bien salida en ellos. Yacía la casi fallecida en
una colombina sin apenas moverse por las molestas contracciones musculares y
calambres que se sucedían paroxísticamente. Un presto ayudante lanza una soga
sobre el caballete para tratar de colgar el suero, no acierta y aquel mecate
grueso se estrella contra el rostro de la infeliz agonizante, por fin con más
cuidado acierta el señor, yo adivino una vena y ya está corriendo el líquido a
toda velocidad. Le pongo un enema, que había en aquella época, de unos “polvos
blancos astringentes” con un efecto de tapón de corcho. No podía irme hasta
poner un segundo suero, que garantiza el trabajo y me dirijo a la habitación
contigua, sala de recepción, con piso de tierra, encaminando mis pasos hacia el
taburete pegado a la pared de yaguas. Súbitamente y en medio de la penumbra
emerge una mano con un frasco de esmalte blanco y me brinda un poco de licor de
mujer embarazada, malta con leche condensada. Yo que hacía rato mediaba sin
éxito en cierta reyerta de mi intestino grueso con el delgado, me dije “quizás
sea debilidad” pues desde que cogí el motor hasta ese instante solo agua había
ingerido. Apresuré la bebida y pronto vislumbré el fondo de blanco esmalte,
levanté la vista y observo por encima del jarro que varios vecinos y amigos,
sentados en taburetes, me miraban bostezando y tragando en seco, disputándose
en el subconsciente mi brebaje de gestante tan apetecido por ellos.
Instalo el 2ᴼ suero, adiestro al señor del mecate
de cómo retirar el suero y regreso al bohío en la misma yegua y pensando “cuan
equivocados están todos con este particular medio de transporte y solo me
falta….. un año”. Llego al bohío y heme allí sentado en una letrina
sanitaria con las mismas diarreas de la viejita. Por fin terminó “la
guapería intestinal” y me dije “verdad que no son tan feas las letrinas
sanitarias”.
Pocas semanas después descubro una incipiente
epidemia de poliomielitis que reporto a Salud Pública y me envían mil vacunas
inyectables. En un jeep salí con dos
guajiritos, después de enseñarlos a inyectar en mis propios deltoides (músculos
del hombro), en tres días agotamos todas las vacunas en Cristales, La Reforma,
Juan Criollo, Las Alicias, Arroyo Blanco, etc. Ya terminando la vacunación y
subiendo una loma el jeep, que no tenía frenos ni emergencia, el motor se
detiene súbitamente, los guajiros se tiraron fuera y dejaron solo al capitán
del barco. Gracias a un enorme tronco se detuvo el jeep con tal estrépito que
salí catapultado por sobre el parabrisas para aterrizar en el Hospital de Ciego
de Ávila. Aquello que allí llegó era cualquier cosa menos médico, pantalones a
raya verticales, camisa de rayón, botas que aun llevo puestas y sombrero
jipijapa, amén de una cara cubierta de sangre, heridas contusas en frente y
nariz, sucio y desvencijado. Me recibió el Dr. Ravelo, había que ver su
simpática cara, pícaros ojos con gafas y negro mostacho, todo un poema
escrutando al recién llegado para poderlo ubicar o era un australopiteco
extraterrestre venido de saber Dios de qué ignota Galaxia o simplemente un
carretero acabado de alzar una carreta de caña quemada del Central Stewart.
¡Cualquiera de ellos a perturbar mi paz solo ha venido!
Continuara………,
*El Dr. Jesús Bravo Espinosa es
médico graduado de la Facultad de Medicina de la Universidad de la Habana.
Obtuvo plaza en el Hospital General Universitario “Calixto García” que le fue
negada más tarde. Se dedica a la práctica de la Medicina en Cuba durante el
Servicio Médico Rural y en Ciego de Ávila, Cuba. Se radica en Miami, FL y
completa sus exámenes de revalidación de su título con excelente desempeño.
Ejerce la medicina por 28 años y es nombrado Médico Honorario del Mercy
Hospital. Se reirá en el año 2002. Reside en Coral Gables, Miami. FL.
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