La nota es muy interesante. No es posible aplicarle lógica alguna. Un
enfermo con problemas psiquiátricos se enclaustra 6 años en un cuarto, esto en
el periodo especial, para salir a lucharla y de paso dar consejos a familiares
de enfermos que como el requieren de atención psiquiátrica especializada. Por
qué se volvía loca tanta gente en Cuba y
con una sospechosa lucidez contestó que
“el alto costo de la vida y los caminos sin salidas son la raíz del problema; aunque se manifiesten en
un hombre abandonado por una
mujer, o porque desde Venezuela no escriban”.
Gerardo es un vecino de
Jaimanitas que a primera vista parece una persona normal. Saluda amablemente
a todo el mundo y siempre está al tanto
de los enfermos, condoliendo a sus familiares. Se volvió loco en el 93, cuando
la economía cubana tocó fondo y con el periodo especial perdió a la familia.
Dice Gerardo que cuando
enloqueció, la solución que halló fue no
salir del cuarto por seis años,
suficientes para combatir la tempestad
de los nervios. Se pertrechó de materiales y construyó su Rincón Marino,
laberintos de conchas de mar, caracoles, estrellas, cangrejos y erizos, a
barniz, que colman las paredes de su pequeño cuarto, en la calle Tercera C.
Vista del rincón marino - Foto de Frank Correa
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Ponerse a trabajar intensamente en algo que de verdad le guste es el
primer consejo que da para el que se enferme de los nervios. Lleva en la sangre el mar, porque proviene de una familia de pescadores.
Sobrevive pintando casas y chapisteando refrigeradores y cocinas. Los
precios de sus arreglos y su mano de obra de pintor son de locos, por
eso la gente lo busca.
Mantenerse ocupado es su mejor
consejo. Tiene un certificado de
ingreso para Mazorra, dictaminado por el médico de la familia, pero
asegura que no le hace falta ingresarse,
porque está bien de los nervios: ha sabido controlarlos trabajando.
A menudo van personas a su cuarto a buscar consejos. En los veinte
minutos que estuve en su Rincón
Marino, retratando sus obras,
recibió dos visitas. La primera
fue un
ex oficial de tropas especiales acompañado del hijo, a quien la mujer lo había
abandonado y se volvió loco completamente. El joven se
quedó afuera, recostado de un
poste, cabizbajo, ensimismado.
-Mi miedo –le dijo el padre- es
que en mi familia hay antecedentes de suicidio. Mi padre y mis hermanos
terminaron suicidándose, y ahora mi hijo
dice que va a hacer lo mismo. Y si se mata él, entonces tengo que matarme yo.
Gerardo aconsejó de cómo proceder, pero el hombre se fue con la misma
confusión mental con que había llegado. Sujetaba por el brazo al hijo,
cabizbajo y con los ojos perdidos.
Uno de los pacientes de Gerardo. |
Luego llegó otro hombre, vecino del callejón de Jaimanitas, a pedirle
consejo, porque su hermana había
enloquecido también. Su marido estaba de
cooperante en Venezuela y hace seis meses que no le envía ni siquiera un
mensaje, y de pronto se quebrantó. Era
una joven “integrada”
(revolucionaria) y estaba a punto de
perder el trabajo. Habían utilizado
todos los recursos, incluso la brujería, pero nada dio resultados.
-Ha salido dos veces desnuda para la calle. No vuelve en sí. En la familia tenemos miedo de
que nos la ingresen en Mazorra; ese sí
sería el fin.
Gerardo aconsejó al hombre de cómo proceder en ese caso, pero igual se fue como el otro, sin solución
real a su conflicto.
Le pregunté su opinión de por
qué se volvía loca tanta gente en Cuba y
con una sospechosa lucidez contestó que
“el alto costo de la vida y los caminos sin salidas son la raíz del problema; aunque se manifiesten en
un hombre abandonado por una
mujer, o porque desde Venezuela no escriban”.
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