Managua,
La Habana, abril del 2012 (PD)
El hospital Materno Infantil "Ángel
Arturo Aballí" ( foto abajo a la derecha) , en el municipio Arroyo Naranjo, fue mi destino hace
algunos días. Quise visitar a una amiga que había ingresado en ese centro
asistencial para tener su bebé.
El
alumbramiento se produjo unas horas antes de mi llegada. Mi amiga estaba
exhausta y dormitaba junto a la pequeña cunita tapada con un diminuto
mosquitero de puntas de encaje azul, que le mandaron sus tíos que viven en
Miami.
En
aquella habitación había varias mujeres recién paridas que comentaban entre
ellas la cantidad de mosquitos que hay en aquel lugar en horas de la noche.
Entonces
vi con preocupación que la única cunita que tenía mosquitero era la de mi
amiga.
Por
fin despertó, y con un gesto de su mano me comunicó todo lo mal que se sentía y
al mismo tiempo, con una invitación dulce, señaló hacia la cunita para que
contemplara a su retoño, un niño de 8 libras y cuarto muy hermoso y rosadito.
Después
del saludo, su primera expresión fue para resaltar el trabajo de los médicos
que la atendieron: "Que médicos más
buenos, que cariñosos, que preocupados. No tengo como agradecerles todo lo que
me ayudaron."
Aquellas
palabras salidas del corazón, me trasladaron al momento que llegue al hospital
y pregunté a una empleada que cuidaba la puerta de entrada. Quedé medio
impactada cuando me dio las buenas tardes y explicó de una forma pausada y
agradable donde debía dirigirme.
De
pronto el bebé lloró y un familiar que la acompañaba lo destapó y notó que
había expulsado un buche de leche y parecía como asfixiado. Rápido lo cargaron
y me pidieron que llamara a la enfermera. La encontré sentada en su mesa.
Conversaba con una colega. Al verme, interrumpió su charla para atenderme. Le
expliqué, y sin dilación, se dirigió al cuarto que le indicaba.
Tomó
al niño con mucho cuidado al tiempo que le explicaba a la mamá qué debía hacer
en estos casos.
Antes
de marcharse, la enfermera recalcó: "Por favor, cualquier problema me
avisan enseguida."
Yo
estaba tan sorprendida por aquella actitud que busqué la mirada de mi amiga.
Ella interpretó mi sentimiento y dijo: "Sí. Aquí todo el mundo es muy cariñoso. Esto es increíble." Y
rápido agregó: "Pero, ¡que hambre pasan! Hoy eran las dos de la tarde y no
les habían dado el almuerzo a los médicos. Yo le pedí a mi esposo que les
comprara tres pepinos de refrescos, (litro y medio de soda cada pomo) y andaban
de lo más contentos pues: ¡iban a almorzar con refrescos!"
Pude
observar que en el hospital los pisos estaban muy limpios. Mi amiga me pidió
que la acompañara al baño. Tuve que descargar uno de los inodoros que estaba
sucio con una lata de agua que llené en la pila del vertedero, pues sus tanques
no funcionaban. Para mi sorpresa y beneplácito, ¡había agua!
Pero
la imagen de limpieza en el baño la empañaba una caja grande destapada, situada
en una esquina, llena de papeles y apósitos sucios.
De
regreso al cuarto, mi amiga me comentó que la comida de los pacientes era muy
buena, que le habían dado pollo y hasta picadillo de res. Y simpática aclara:
"Picadillo no de soya, sino del que
venden en la shopping (tiendas recaudadoras de divisas)".
Antes
de irme, tomé algunas fotos al bebé, para enviarle a los parientes de Miami,
que estaban ansiosos por conocer al nuevo integrante de la familia.
"Estoy muy feliz de haberme atendido en este
hospital, aquí encontré el apoyo y cariño que necesitaba en estos momentos",
afirmó mi amiga.
Por
mi parte, al igual que mi amiga, estoy gratamente impresionada. Y recordé aquel
afiche que hace muchos años podía verse en hospitales, farmacias y policlínicas
mostrando una enfermera de dulce sonrisa y una frase: "Aquí creemos en el valor de una sonrisa."
Ojalá que, aunque tarde, comencemos a ser en estos casos nuevamente crédulos.
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