lunes, agosto 15, 2011

Levantón en San Fernando.

Ese día terminé antes de lo acostumbrado mi trabajo en Ciudad Victoria y como cada semana regresaba en un Ómnibus de Traspaís a Reynosa, ambas ciudades en Tamaulipas México.
Todas las semanas hacia esa jornada, en realidad en los últimos dos meses. Trabajaba tres días en Reynosa y dos días en Ciudad Victoria. Ese día era martes de una semana de septiembre, descansaba mis ojos cubiertos y trataba de sustraerme a los vaivenes del Ómnibus que me eran ya familiares.
Camino a Reynosa se supera la ciudad de San Fernando, cabecera de un municipio en el centro norte del Estado y tal vez la ciudad más importante del centro del estado de Tamaulipas; esto dejando la carretera 101 y tomando una circunvalación que viene a encontrarse de nuevo con la 101 en las inmediaciones del Ejido Miguel Hidalgo. Fue allí donde estaba dispuesto un retén del ejército.
Ya por aquel tiempo, en el año 2007, se establecían retenes por parte del ejército en lo que era el comienzo de una práctica que poco a poco fue involucrando a las instituciones armadas de país en la guerra contra los carteles de la droga. Los retenes chequeaban el paso de armas y drogas; eran personal del ejército y no participaban la policía municipal, estatal o federal. No verificaban la identidad de los viajeros, salvo que encontraran algo de los que buscaba, el personal militar se mostraba respetuoso y se limitaban a hacer su trabajo.
Aquella tarde resultó para mi singular y preocupante. Al detenerse el Ómnibus se mantuvo a la espera de ser revisado por los militares, sin embargo el que entró al Ómnibus era una persona de aspecto hosco, vestido con un traje verde olivo que no mostraba insignias de institución alguna, militar o civil. La cabeza descubierta y una pistola al cinto. Se movida de forma torpe y desmesurada, su andar se hacia la de un beodo, su mirada era desafiante. Camino lentamente a lo largo del pasillo del Ómnibus hasta el fondo y regresó para bajarse. Unos minutos después regresó y caminó hasta mi asiento, me miró de forma desdeñosa y me ordenó que bajara. Me tomé mi tiempo y descendí del Ómnibus con la documentación y mi agenda que siempre me acompañaban.
Delante, a unos metros, estaban los soldados del ejército que hacían su faena revisando otros dos Ómnibus. Este extraño policía me condujo hasta un sujeto joven de aspecto desenfadado y pinta de playboy de opereta que me miró de arriba abajo con cierto desdén, en tanto que se presentaba como un oficial del Instituto Nacional de Migración (INM) no llevaba uniforme alguno ni señal de la institución que decía representar, se recostaba a un auto privado sin insignias alguna.
Desde que me habían bajado del Ómnibus decidí en un instante que documento le mostraría; me acompañaba un pasaporte cubano ya vencido y un Travel document expedido por los EEUU; ese día mí permiso de trabajo no lo tenía. Le mostré el Travel document, que fue lo mejor que se me ocurrió y funcionó. El oficial aquel se dirigió al jenízaro que me había bajado del Ómnibus y le dijo: “ves, este es el documento que le dan los gringos a los cubanos para reconocer su situación legal”; no le aclaré, no valía la pena.
Sí le expliqué que en razón de mi trabajo viajaba todas las semanas a Ciudad Victoria, y que podía consultar con el sub delegado en Ciudad Victoria quien sabía de mi condición. Agrego, “el subdelegado N. ya fue trasferido a Nuevo Laredo”, “entonces consulté con sus subalternos, J. o V” le dije. “No es necesario puedo continuar sus viaje”, concluyó diciendo mientras me devolvía mi documento. Respiré aliviado, no me imaginaba una situación como esa; llevaba 7 meses en México y era la primera vez que me veía en tan engorrosa situación. Es cierto que en ese momento estaba en una condición de semi indocumentado, pero en esos Ómnibus viajaban indocumentados centroamericanos y nunca los bajaban para chequear sus documentos.
Todavía tendría que viajar dos meses más, fue así que le comuniqué este incidente a la autoridad de la secretaria para la cual trabajaba ella en Tamaulipas, de inmediato me dieron una carta u oficio que decía quien yo era, que hacía y que viajaba frecuentemente. Aún conservo el documento.
Por aquella carretera viajé por última vez en noviembre del 2007, mire las luces distante de San Fernando, aquella ciudad donde en más de una ocasión me detuve camino a la frontera; esta vez regresaba a mi casa en Texas, enfermo y triste; sobrecogido por una súbita enfermedad que habría de acabar con mis deseos de establecerme en México. San Fernando no era más que un referente casi olvidado en la memoria.
San Fernando de Presas, o de la llave, en Tamaulipas, pasó a ser noticia cuando en agosto del 2010 fueron encontrados en un Rancho cerca de la ciudad los cuerpos de 72 indocumentados asesinados. Eran inmigrantes camino a los Estados Unidos que fueron secuestrados y asesinados sin que se conocieran los motivos de esta cruel masacre. Dicen que fueron asesinados “por negarse a ser sicarios”, los autores de los hechos fueron criminales del conocido grupo de sicarios conocidos como “Los Zetas
El México se le llama “levantón” a el secuestro de una o varias personas. Es práctica de los grupos criminales y tiene como objetivo matar a la persona por venganza o para extorsionar a un grupo rival. También es frecuente el secuestro o “levantón” para pedir rescate a los familiares de la víctima, vivan estos en México o los Estados Unidos. Una variante de esto último es el “secuestro exprés”.
Al producirse la masacre de San Fernando, el escándalo que esto provocó trajo como consecuencia una investigación que hasta el presente ha arrojado resultados terribles. Las pesquisas condujeron al descubrimiento de narco fosas donde se han encontrado hasta 177 cuerpos, se consideran que son de indocumentados que en su paso por el Estado son “levantados” de los autobuses donde viajan, a veces varios de ellos y conducidos por los criminales a lugares reservados para ser despojados de sus escasas pertenencias, torturados, reclutados en contra de su voluntad o finalmente asesinados.
Hoy se sabe que algunas autoridades de inmigración, esto es del Instituto Nacional de Migración (INM), se prestaron para este juego, Ellos detenían a los indocumentados y se los vendían a los sicarios de este grupo criminal por unos 400 dólares. Negocio macabro que terminó con la vida de inocentes en número tal que supera la imaginación.
La batida dada por las autoridades condujo a la detención del jefe de esta banda criminal en la plaza de San Fernando, demoró su detención porque el sujeto se había ido de viaje a Cuba, dice que “para hacerse santo”, y al regreso de la Isla fue que le echaron el guante. Para los cubanos esto de la “santificación” del criminal es fácil de entender, para otros no. Algunos dirán que con “santos” como este no necesitamos de Satanás y toda su cohorte.
No puedo asegurar que el intento de “levantón” de que fui protagonista aquella tarde en la carretera 101 próximo a San Fernando pudiera haber terminado en un secuestro, tampoco con la información que hoy sale a la luz, puedo negarlo. Lo cierto es que estos criminales en México son torpes en su actuar, no miden su criminalidad. No muestran límites a su quehacer, pero eso si no hay compasión en ellos como no hay vacilaciones. Matan en caliente…, después tal vez se hagan alguna pregunta.
28.07.2011 ©
Nota: El autor del artículo trabajó como médico para la Secretaria de Salud del Estado de Tamaulipas, México.

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