El tiempo de cosecha
es cuando los ciclones pasan por Cuba, pero no es solo este tiempo. Donación
que llega a Cuba, donación que controla el régimen hasta el más mínimo detalle.
Recuerdo en los 90 cuando se creó una farmacia especial en el Hospital, donde
trabajaba con medicamentos que venían de las Farmacias Panamericanas [venta en
dólares] vencidos, para que fueran reutilizados en el Hospital. De primera mano
conocí que las donaciones que llegaban a Cuba de Caridades Católicas, eran
requisadas en el puerto y el gobierno se tomaba el 75% del contenido de cada
contenedor para la reserva estatal; y el resto era para las instituciones
caritativas y hogares de ancianos de la Iglesia Católica cubana.
Durante 65 años han
estado saqueando las donaciones que llegan a Cuba, haya o no alguna
contingencia, como sucedía con los desastres naturales.
Este artículo que
pueden leer en el enlace son las declaraciones de un ex oficial en Cuba que
trabajó por 30 años en los almacenes de la Reserva Estatal. Es un testimonio
único de algo que todos sabíamos: que llevan décadas robándose lo que gobiernos
extranjeros, organizaciones no gubernamentales, instituciones o personas a
título personal llevaban a Cuba de buena fe para ayudar a los más necesitados y
acababan en los almacenes de estos ladrones, que les llamo: “ladrones de cuello
verde olivo”.
Hoy veo las noticias
de las personas en Imías, Guantánamo pidiendo una colchoneta para poner a
dormir a sus hijos después de que lo han perdido todo. Si les llega algo,
tendrán que pagarlo. Las donaciones, si son de calidad, se quedarán en los
almacenes de la reserva estatal para cubrir la demanda de los hoteles de lujo
que se han construido o que se construyen en la isla cárcel.
Lean debajo y
háganlo despacio.
Temporada de ciclones: tiempo de cosecha para la Reserva
Estatal
Lo de los militares está asegurado en alguno de los
almacenes de la Reserva Estatal, mientras que al pueblo no le queda otra opción
que "salir a guapear la comida".
Colaborador desde Cuba. Noviembre 7, 2024
LA HABANA, Cuba. – Según informan algunos medios de
prensa, un “actor económico no estatal” regaló decenas de colchones a los
damnificados de Imías mientras que el régimen y sus “actores estatales” se los
cobran —dicen ellos que a mitad de precio— bajo la premisa raulista de acabar
con las gratuidades, aun cuando, antes de que las aguas y los vientos de Óscar
arrasaran Guantánamo, ya el huracán de la “Tarea Ordenamiento” había arrasado
los bolsillos de quienes hoy deben pagar por “ayuda”.
Los pobres se endeudan una vez más con ese Banco Central
que por estos días atesora más decretos-leyes y trampas atrapa bobos que dinero
en sus bóvedas, y pagan por los colchones y los materiales “de donativo” para
levantar sus casas, así como por la comida que no es precisamente la que
llegara ayer de afuera en aviones como regalo sino la que “rotan” los militares
en sus reservas de “tiempo de guerra” cuando están casi a punto de expirar, de
modo que su bien pertrechado stock de granos y enlatados se renueva
gratuitamente con cada desastre natural, a la espera de una invasión enemiga
que jamás llega.
“Es una práctica habitual”, así lo reconoce en
conversación con CubaNet un exoficial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
(FAR) que trabajó durante más de 30 años en varios de los almacenes de la
llamada Reserva Estatal, en Berroa, al este de La Habana, así como en otras dos
“unidades de aseguramiento” al oeste —una en Siboney y otra en Jaimanitas— en
donde no solo aún se guardan alimentos sino todo tipo de mercancías entre
ropas, electrodomésticos, piezas de autos, mobiliario de hogar y oficina, computadoras,
pinturas, medicamentos y otra serie de productos para nada relacionados con un
escenario militar, como relojes de pulsera de hombre y de mujer, accesorios
diversos entre joyas de oro y prendas de fantasía para adornar el cuerpo,
juguetes para niños (y hasta para adultos) más todo tipo de bebidas importadas.
“Lo que no encuentras en ningún lugar está ahí, y nada de
eso se cobra cuando se asigna a una entidad [que] casi nunca era propiamente
una unidad [militar] sino a hoteles militares, casas de descanso, algunas
actividades y hasta a personas, dirigentes, generales, muchos de ellos con el
poder de pasar por allí y agarrar lo que se les antojara”, asegura el militar
que hoy está retirado con una pensión relativamente alta en comparación con el
promedio de pensiones de los trabajadores civiles, aunque dice no alcanzarle ni
siquiera para comprar lo básico en el hogar.
“Nada se cobraba porque todo se inventariaba por
cantidades y no se tenían registros de costos para el despacho, sobre todo
cuando se trataba de artículos de donación”, afirma el entrevistado. “Sí se
calculaba un estimado para cuando llegaban las rotaciones (…), por ejemplo, si
pasaba un huracán se sacaba la comida del año anterior y la que estaba a punto
de vencer, y se hacía espacio para la que llegara [por donación], y así todos
los años se hacía la rotación”.
Una actividad que, al menos hasta 2019 —momento en que
nuestro entrevistado se licenció de las FAR— no se restringía solo a la
actualización de los alimentos, a sacar los viejos para darle lugar a los
nuevos y más frescos, sino a todo aquello que, aunque no les costaba ni un peso
porque llegaba del exterior como ayuda a las víctimas de los usuales fenómenos
meteorológicos que afectan a Cuba, los militares entendían como demasiado
valioso y entonces debía pasar a su reserva.
De acuerdo con la misma fuente, buena parte de las
donaciones que llegaban durante una emergencia primero eran requisadas por
oficiales de la Reserva Estatal incluso adelantándose a los procesos aduanales
normales en puertos y aeropuertos, e ignorando la jerarquía de la Defensa Civil
ante este tipo de situaciones, aunque con el consentimiento de esta como parte
del ejército.
“Se apostaba permanentemente un equipo en los lugares de
recepción y se inspeccionaban las cargas buscando lo que fuera de interés [para
la Reserva Estatal]”, afirma el exmilitar. “Por ejemplo, si llegaban colchones,
plantas eléctricas, equipos médicos y cosas así, se revisaban, y si eran de
mejor calidad que los que teníamos en existencia, entonces se sustituían, o se
integraban al inventario (…). Recuerdo una vez, cuando el huracán Matthew
[octubre de 2016], que llegaron unos colchones buenísimos, creo que de Italia,
eran como 1.000, y en Jaimanitas no teníamos tantos en ese momento, no llegaban
a 200, y no eran de la misma calidad, eran unos colchones de espuma, donados
por China; entonces se fue a las unidades y se sacaron 300 colchonetas de uso,
se les puso la envoltura de los colchones italianos, se sellaron como nuevos
(…), y esos fueron los que se mandaron a los damnificados (…); los italianos se
quedaron en Jaimanitas”.
Pero solo por poco tiempo. Gran parte de esos colchones
de calidad, de acuerdo con el testimoniante, más tarde sirvieron para completar
los mobiliarios de algunos hoteles administrados por militares o se regalaron
“por asignación” a altos oficiales, mientras que por las colchonetas de uso los
damnificados tuvieron que pagar cantidades que oscilaron entre los 300 y los
1.000 pesos, una cantidad que el régimen considera “mínima” comparada con los
precios en el mercado informal y en sus tiendas en MLC, pero que para muchos
cubanos se corresponde con más del 50 por ciento de un salario o pensión
mensuales.
“Se les hacía una ficha de costo, por el transporte y el
combustible que se gastaba, como si en
realidad hubieran costado algo. Les habíamos cambiado la vaca por la chiva y
aun así se los cobraban”, dice el exoficial.
La realidad es que no solo para los militares los
peligrosos fenómenos naturales, por las regalías y gratuidades que llegan
posterior a los desastres, representan un momento de cosechar y de renovar sus
almacenes, de “guapear” para sus hogares, sino que, deformados por esas
actitudes corruptas, por tales insensibilidades, otros muchos cubanos
aprovechan las aguas revueltas de la calamidad para lucrar con ella.
Así, una vez que comienzan a arribar los tan anhelados
donativos, el mercado informal se activa, y nadie sabe por cuáles vías esos
productos que debieran llegar de inmediato, de modo gratuito, a las manos de
quienes los necesitan con urgencia, terminan vendiéndose no solo a los
damnificados sino, sobre todo en internet o ya en las mismas calles, sin que a
las autoridades les preocupe demasiado saber cuán poroso y descontrolado es su
sistema de control.
A fin de cuentas, lo de ellos pareciera estar asegurado
en alguno de esos almacenes de la Reserva Estatal, mientras que, al pueblo, a
pedido de “su presidente”, según sus propias palabras, no le queda otra opción
que “salir a guapear la comida y dejar de pensar en lo que vende el Gobierno
por la libreta”.
Fuente: Cubanet
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